Wednesday, May 6, 2009

Risas en el Maizal (Una Novela y Parodia) by Dennis L. Siluk, Ed.D.

Spanish Version

Translated by Rosa Peñaloza de Siluk
(From English to Spanish)


Three time, Poet Laureate,

Dennis L. Siluk, Ed.D.

Risas en el Maizal (Una Novela y Parodia)



Parte Uno


Capítulo Uno


Shannon O’Day estaba parado mirando a través de una ventana de una fundición grande en San Pablo, Minnesota, era 1966. El invierno pronto llegaría acá. Cerca a Shannon, parado en una ventana paralela, a una corta distancia, estaba Poggi. ¿Sería esto lo que este poeta una vez dijo? “Cuando el invierno se va, la primavera es la siguiente en línea”; esto no sería totalmente cierto este año, Poggi Ingway se preguntaba. Shannon O’day era un hombre obeso con una cabeza redonda y pequeña, bajo de estatura, ambos estaban allí mirando al total movimiento operacional de la fundición. Una escarcha cubría el suelo y a lo largo de la fundición había muchos contenedores, artículos para pronto ser transportados; antes de que las grandes tormentas de nieve llegaran a Minnesota. Los trabajadores de la fundición tendrían que abrir esos contenedores, arrastrar esos montones de piezas fundidas a la Gran Estación Ferroviaria del Norte y cargarlos en esos carros para llevarlos a las fábricas de automóviles. Poggi Ingway miraba a través de la ventana mientras que un viento frío pasaba por su cara, quijada y cuello que cuando él exhalaba, parecía que estaba fumando, el clima era tan frío que él casi podía hacer pequeños anillos con su aliento; y afuera de la ventana él dibujó pequeños círculos. Poggi pensó en San Francisco, talvez eran los trabajadores muy atareados lo que le trajo esos recuerdos, de la “Ciudad por la Bahía” incansable en la que él frecuentemente pensaba, ciudad donde él pasó algún tiempo años atrás, siendo éste el más feliz de su vida. Esto era ahora historia, eso y casi todo.
Shannon O’Day se había casado cinco veces, es decir que él tenía cuatro ex-esposas y una esposa actual. Mientras él miraba a través de la ventana, parado en el pasto húmedo, obeso y chato, tratando de elevarse parándose en la punta de sus pies y rígido en su propia flacidez, él pensó en todas las cinco. Una vivía en Fargo, la otra en Fergus Falls, la tercera y cuarta vivían en Minneapolis, y la quinta, o actual, en San Pablo. Él no había visto a sus ex-esposas desde el invierno pasado. Shannon miraba a través de la ventana grande de la fundición, fijamente como si en trance y pensaba en lo que el verano significaba para él y cuánto le gustaban los maizales afuera de la ciudad, los campos amarillos de maíz y embriagarse con sus amigos y su cuarta ex-esposa. Él siempre estaba muy feliz cuando se embriagaban en aquellos campos; ellos escucharían pasar a los trenes y caminarían entre las plantaciones de maíz; se tirarían uno al lado del otro y mirarían las estrellas aparecer. Luego encontrarían su camino de regreso a la granja, la granja de su amigo, y se sentarían debajo del árbol de roble, en un pequeño surco, mirando al establo y bebiendo, todavía escuchando pasar a los trenes en la distancia, corriendo en aquellos rieles de acero. Ellos beberían toda la noche. A veces en el verano cuando todo el maíz amarillo estaba alto, ellos beberían por tres días seguidos y se reirían como si estuvieran locos. Shannon y Gertrudis sentían que esto les hacía bien; los volvía fornidos, felices, tal para cual como dice el viejo dicho.
Shannon O’Day tenía una hija con su cuarta esposa, a quien bromeando la llamaba Cantina O’Day, su verdadero nombre era Catherine O’Day.
Una mañana, cuando Shannon despertó debajo del árbol de roble, después de haber estado bebiendo toda la noche junto con su esposa hasta perder el conocimiento, él miró alrededor buscándola a ella, ellos habían estado bebiendo por tres días y noches seguidas, y éste era el cuarto día. Cuando se dio cuenta de que él no sabía dónde estaba ella, ya que había desaparecido, todo se le puso borroso. Él caminó en círculos, oyó el tren a la distancia, miró los campos amarillos de maíz, caminando a través de ellos trató de llamarla por su nombre, “Gertrudis”. Los tallos de maíz estaban tiesos y él no la podía encontrar, ella se fue, desapareció, sólo así. Él sabía que ella se había llevado la última botella de vino hecho en casa; éste no estaba allí, a menos que él se lo hubiera tomado antes de perder el conocimiento. Él volvió a caminar alrededor del establo y de la granja principal. Luego empezó a caminar hacia la ciudad, tirando dedo, tratando de descubrir qué le pasó a ella. Seguro que ella se levantó y encontró alguien quien la llevara a casa, pensó. Finalmente él llegó a los límites de la ciudad, pasó el viejo Colegio Superior Washington. No había nada complicado en la ciudad, no como los colegios o edificios del que Poggi hablaba de San Francisco. No, él nunca había estado en San Francisco. Esto no era lo que a él le gustaba, él prefería una pequeña ciudad en la región central y los amarillos maizales. San Francisco era para su amigo Poggi Ingway.
Poggi Ingway miró intensamente en la ventana. Muy pronto la trompeta sonaría y el segundo turno empezaría; el primer turno tomaría su ducha y se iría a casa, ellos tenían tres turnos. Él subió el vidrio, sólo un poquito, y pudo sentir la brisa tibia derritiendo su cara fría. Una brisa fría soplaba detrás de su cuello; era un viento frío entumecedor. El viento se filtró por la ventana y unos cuantos trabajadores miraron en la dirección de Poggi. Él vio a los hombres trabajando, limpiando las áreas, mientras que el nuevo turno entraba a hacerse cargo. La mayoría eran irlandeses, alemanes y escandinavos.
El supervisor era un hombre alto y fibroso. Él había vivido una vez en Wabasha Minnesota, una pequeña ciudad a cinto veinte kilómetros al sur de San Pablo.
El supervisor puso su puño en su boca para humedecerlo y lo sostuvo en el aire sintiendo la brisa fría, luego miró hacia la ventana donde estaba Poggi; entonces repentinamente sacudió sus hombros y frunció su seño mirando a los hombres, un poco duro talvez.
“Bien” él dijo malhumoradamente, añadiendo, “el primer turno fue lento…muchachos mostrémosle a ellos ¡cómo trabajan los verdaderos hombres!”
Todo estuvo en silencio por el momento. Los trabajadores de la fundición se pusieron sus cascos y algunos se pusieron máscaras y guantes. Los hombres del siguiente turno caminaron hacia sus posiciones, como si fueran focas amaestradas, hablando el uno con el otro, murmullando esto y aquello, unos cuantos salieron de los servicios y subieron por los moldes, donde los metales fundidos serían vertidos.
Afuera de la ventana, se oían las risas de los hombres.



Capítulo Dos


Shannon O’Day, estaba parado por el pasadizo, cerca al Colegio Superior Washington, mirando a los niños que pasaban apresuradamente por las puertas, para no llegar tarde a clases. La neblina, que había caído esta mañana, estaba en el aire lo que hacía difícil ver totalmente. Un carro pasó lentamente, el conductor observó a Shannon justo cuando miraba fijamente a los niños y al colegio. Shannon vio al hombre mirándolo pero no le prestó atención, él realmente no era nadie para él. Luego se dirigió hacia la calle Rice.
Shannon seguía volteando su cabeza hacia su derecha mientras caminaba, viendo a través de la ventana las actividades del colegio, las luces siendo encendidas, dentro los niños muy pronto obtendrían instrucciones de sus profesores, anotarían y aprenderían cosas: aquí, él pensó, era el lugar donde los niños obtendrían conocimiento para hacer mejores cosas más tarde en la vida. Este era un tiempo cuando Minnesota, porqué no decirlo, el país entero, estaba preocupado por una educación más alta. Su hija, Cantina, por quien él pagaba una fuerte suma de dinero, ciento setenta y cinco dólares por un vestido nuevo, zapatos y una chompa, estaba en el segundo piso a punto de entrar en su salón de clases para sus clases de algebra. Shannon estaba orgulloso de ella. Él estaba muy viejo para volver al colegio y aprender, pero de vez en cuando y durante las noches, Cantina estudiaba. Ella era una estudiosa, esa chica, ella vivía con su hermano, generalmente, a Shannon se le conocía por beber mucho y todos pensaban que era mejor dejarlo de esta forma.
Shannon fue hacia la calle Albemarle, donde él vivía, era una casa grande de dos pisos con cinco dormitorios, ésta nunca le importó realmente a la esposa de Shannon, pero a él sí.
“Shannon” su esposa le diría cuando se conocieron por primera vez y empezaron a beber, “cualquier lugar lo hará, todo lo que realmente quiero es una chimenea caliente para mantener el frío fuera y ventanas cerradas fuertemente para mantener la calefacción dentro”.
Shannon nunca consideró esa declaración seriamente. Ahora que bajaba la calle a tempranas horas de la madrugada, a través de la neblina, y ver las luces de los carros pasando a pocos centímetros de él, echó un vistazo a la chimenea de su casa y estuvo complacido de no haberla tomado en cuenta seriamente. Era mejor llegar a una casa grande, bonita y caliente, que a una casa pequeña; él tenía bastante espacio para pasearse dentro de ésta. Shannon, no era la clase de tipo a quien le gustara un garaje por casa.
Él abrió la puerta mosquitera y entró en el pórtico, luego abrió la puerta de madera y entró en el corredor; después subió al tercer piso, que conducía a su sala. Él trató de recordar lo que aquel tipo que conoció en West Fargo escribió, ese poeta, él solía recitar esto: “Hay muchos caminos que conducen a Roma… algo y algo y algo más—pero no hay un lugar como el hogar” Él no podía recordar las palabras exactas, pero él le había enseñado a Cantina a cantar, “Hogar dulce hogar”, esto era cuando ella tenía seis años de edad. Shannon le había dicho a su hijita en ese entonces, que él podía ser un compositor y luego reía diciendo “Si ellos pueden vender esas cosas de Elvis, porqué no él mío” Si él tuviera la oportunidad de hacer una cosa como esa, él lo haría. Bueno, él le haría cosquillas a Cantina hasta que ella cantaría junto con él, y él figuraba, que esta noche talvez él podría convencerla a que ella cante de nuevo con él, si es que ella no se había ido directo a la casa de su hermano, a veces ella se detenía a visitarlo antes de irse.
Shannon estaba pensando en dejar de beber, este vicio estaba robándole su energía, su ambición, pero a él le gustaba. Embriagarse en los maizales entre aquellas altas reservas amarillas, cantando mientras el tren zumbaba por allí y los cuervos volaban arriba, era mejor que en todo lo que él podía pensar; en todo caso, nadie le había ofrecido a él nada mejor, es decir, nada mejor que pudiera reemplazar su bebida, ni siquiera Elvis o Los Beatles le podrían haber ofrecido una vida mejor que esos maizales. Por eso a él no le gustaba que el verano terminase y el invierno empezara, pero cuando éste llegaba él esperaba que se disipara rápidamente.
Cuando él se embriagaba de verdad, podía oler y sentir todo tan encantador: el pasto húmedo y la mala hierba, los tallos de maíz secos, el lodo, la tierra, todo, cualquier cosa; él tomaba en aquellos maizales hasta cerca del último día de otoño. La bebida había hecho todo esto; talvez esto no era correcto, pero él no tenía para recordar a San Francisco, como Poggi lo hacía, o una guitarra como Elvis Presley, o un perro que le hiciera compañía.
Shannon atravesó la entrada, dentro de la sala, “Gertrudis” él gritó, “soy yo, tu esposo, estoy en casa”.
Ella no respondió. Talvez, ella realmente quería una casa pequeña después de todo, él pensó, este lugar es demasiado grande, muy difícil de limpiar. Tú nunca puedes contar con mujeres, además él podía sentir una corriente de aire entrando en la sala por la ventana del costado de la casa. Su amigo, Manuel García, tenía justo un lugar como ese en venta; él se estaba jubilando de la fundición. Él le había preguntado una vez, unos años atrás, si él sabía de alguien buscando una casa pequeña, del tamaño de un garaje grande. Poggi le había dicho que todas las casas en San Francisco eran caras, si él se mudaba allí tendría que comprar una casa pequeña, que sólo los ricos podían permitirse el lujo de tener una casa como la que él tenía en Minnesota, en San Francisco. Después de la Guerra con Corea, las cosas habían cambiado, las casas habían duplicado su precio.
“¡Gertrudis!” él llamó de nuevo, “¡Gertrudis!” nadie contestó. No había nadie en la casa, él estuvo inmóvil, en su obesidad redonda, en su casa abandonada, luego los oídos de Shannon se agudizaron al punto que él podía oír casi el más tranquilo de los susurros; pero él no escuchaba nada.



Capítulo Tres


Shannon dejó Minnesota. Él estaba cansado de esa ciudad. ¿Qué podía hacer San Pablo por él que otra ciudad no podría, y talvez hacerlo mejor? Él calculaba, no gran cosa, simple como hornear un queque. Tú trabajas duro; tomas duro toda tu vida y esto es donde tú terminas, tu esposa desapareciendo, dejándote.
Su cuenta bancaria estaba vacía, ella se lo había llevado todo. No había ni un centavo. Él tiró dedo hasta Erie, Pennsylvania, revisó la ciudad, hasta las afueras, o desde las afueras del Lago Erie. Erie talvez haría grandes cosas por él. Cualquier inocentón podría ver esto. Él compraría un edificio en el corazón de la ciudad, cerca al Colegio del distrito, a un precio muy bajo y luego arrendaría los cuartos a los estudiantes. Dejaría que ellos paguen la hipoteca por él. Él había aprendido algo ahora.

Shannon caminó alrededor de la ciudad, hacía tanto frío que él recogió una rata media muerta y la puso en su bolsillo para mantener sus manos calientes, él no tenía guantes. El viento viniendo de los lagos hacía la ciudad la hacía aún más fría que de costumbre. La rata estaba media congelada, pero ahora se estaba moviendo, regresando a la vida y se recostaba cerca de su cuerpo sacando su cabeza afuera de vez en cuando, su cabeza era del tamaño del puño de Shannon, parecía que estaba muy agradecida.
“Pobrecito” dijo Shannon.
Las lágrimas inundaron sus ojos y bajaban por sus mejillas.
“Este viento va a matarnos” dijo en voz alta, como si la rata fuera su nuevo amigo.
Mientras el crepúsculo se convertía en noche, el viento del Lago Erie se alzaba. Shannon sentado en una banca, se dio cuenta de dos ojos amarillos grandes que venían hacia él mientras empezaba a nevar. Él miró más atentamente, eran los faros antiniebla de un camión limpianieve alistándose para una tormenta. Shannon se recostó en la banca de madera para descansar su espalda mientras el camión pasaba. ¿Qué es esto que un escritor dijo? “Todos para uno y uno para todos”, pero qué si sólo es uno, y nadie más, no otros. Shannon pensó en esa cita, mientras que el camión pasaba por segunda vez, entretanto la nieve ligera iba a la deriva, en la oscuridad de la luz del arco. Él podía oír el ronroneo del motor del camión cuando golpeaba la nieve derretida y ésta le salpicaba. Él vio al chofer levantar el frente de su camión, con su pala al final, bajando la pala luego, de alguna manera. El chofer incluso tenía gafas protectoras, como si estuviera esperando una tormenta de nieve de Minnesota en cualquier momento, y aquí él estaba en Erie. Él notó que el chofer tenía sus manos en el acelerador tratando de conseguir que el vehículo fuera más rápido y suavemente.
Shannon pensó en lo que su madre dijo una vez, “Hoy estamos aquí, mañana nos vamos” Él había cremado a su madre y guardaba sus cenizas en una urna en su sala. Cuando era niño él solía saltar el cerco del viejo Cementerio Oakland, un cerco alto puntiagudo de hierro, con sus amigas y amigos, sentarse en unas cuantas tumbas para embriagarse feamente. Aquellos momentos estaban borrosos y en blanco para él ahora, como si un ángel oscuro estaba cubriendo los bancos de su memoria. Esto era cuando él tenía quince años. Los domingos él iría a la Iglesia San Luís y seguiría todos los movimientos que la mayoría de adultos hacían, para satisfacer a su alma, a aquellos mirándolo a él, al sacerdote y a su madre, en caso que Dios estuviera mirando, luego en la noche iría a embriagarse de nuevo. Él nunca estuvo satisfecho con todos los hipócritas en la iglesia. Ellos eran gente extraña, aquellos aparentando ser Cristianos, él se diría a si mismo.
Shannon se recostó de nuevo en la banca de madera (él se había movido algo hacia delante), vio al camión de nuevo pasando por tercera vez, y ahora habían unos cuantos carros más, ellos no hacían ruido como los trenes que el solía escuchar mientras bebía en los maizales de Minnesota. Todos los carros golpeaban la nieve derretida adrede para mojarlo a él. Los limpiaparabrisas estaban funcionando en la mayoría de los carros que pasaban. Ellos parecían ir tanto en ambas direcciones, manejando lentamente mientras las primeras luces estaban apareciendo.
Como la mañana llegó, los carros parecían ahora como un tren largo y la tormenta de nieve había empezado. Shannon pensó en cómo él era un experto tirando dedo, todo el camino hasta Erie, realmente una primera experiencia, pero él se sentía como Jack Kerouac.
La larga fila de carros pasó cerca de Shannon como si en un desfile, o un funeral: ¿quiénes eran aquellos en esos carros? mujeres yendo a recoger a sus hijos del colegio, hombres de mediana edad yendo a trabajar, muchachas jóvenes en su camino a la universidad, padres, madres y abuelos. ¿Quiénes exactamente eran ellos? ¿Eran ellos de estirpe americana, europea, o de la vieja estirpe acabada como la de él? Shannon se preguntaba.
El último carro que Shannon vio era un carro de la policía con una luz roja intermitente encima, él lo vio pasar a toda velocidad hacia abajo de la calle y desaparecer dentro del pesado tráfico. Los copos de nieve estaban volviéndose más grandes, más anchos y más gruesos mientras que el viento se alzaba. La rata temblaba dentro del bolsillo de su saco. Talvez si él encontrara un trabajo él podría incluso ser capaz de ir a trabajar esta tarde o esta noche. La rata tembló de nuevo, ya no estaba tan débil como lo estaba antes. Shannon puso su mano en su bolsillo, para calmarla un poco, y ésta se calmó. Shannon caminó hacia abajo por la vereda.
Después de todo él no necesitaba estar en Erie; había otros lugares a donde podía ir. Él recordó lo que un crítico una vez dijo, “El mundo es mi ciudad”, si él no podía encontrar un trabajo aquí, él podría ir hacia Nueva York, o incluso a Washington D.C., o hacia el sur, talvez a Nueva Orleáns. Shannon se acordaba de cuando era un niño, corriendo descalzo en el patio, sus pies se adormecerían justo como lo estaban haciendo ahora, pero cuando era niño era por correr descalzo sobre las rocas y terreno agreste, ahora ellos se estaban congelando por el hielo derritiéndose y el frío del invierno. A su madre le gustaba tener un árbol de navidad brillante con luces cada año; una vez que él enchufaría el cordón eléctrico, sus ojos se encenderían con el árbol.
“Esta tormenta de nieve es como la de Minnesota”, él le dijo a su madre mientras caminaba silenciosamente en la calle, como si ella estuviera a su lado aunque ella había muerto algunos años atrás. “Mira a aquellas luces hermosas Shannon” su madre le diría, “algún día tú serás rico y famoso, tú, recuerda mis palabras”, y su voz era como una orquesta sinfónica.
Shannon se hizo cargo de su madre los últimos muchos años de su vida, ella vivía con él y su esposa. Ella sería arropada con una chaqueta, y solía sentarse en una silla por su comedor, meciéndose de atrás para adelante en aquella silla con patas delgadas y tambaleantes, quedándose casi siempre dormida; él a veces se preguntaba cómo ella mantenía su equilibrio y no se caía de aquella silla; él temía que ella se rompiera su cadera, cuello o una pierna; seguro que su ángel guardián estaba cerca. Por fin, él le compró un sofá, y esto fue todo, ella casi vivía en éste. Ella tuvo una buena impresión de él.
Shannon llegó a un semáforo, éste estaba en verde, él esperó; éste cambió a rojo, él espero; cuando éste cambió a amarillo él empezó a cruzar la calle, amarillo le recordaba a los maizales de Minnesota, y él empezó a reírse.
“Cruza en la luz verde no en la amarilla” le gritó un policía a Shannon.
Con seguridad había dinero por ganar en Erie, si buscabas en los lugares adecuados. Shannon, ahora entendía un poquito más las formas del mundo, él pensaba estar seguro que podría vivir en esta ciudad y que le iría bien.
Él miró en la ventana de una tienda y vio una jaula grande, una para un conejo o un perro pequeño, él se detuvo para mirar detenidamente a ésta. “Ah, qué bonita casa para ti señor Rata, estoy seguro que te gustará” Shannon dijo victoriosamente, hablándole a la rata como si ésta entendiera, mirando hacia su bolsillo donde la rata estaba mientras que ésta sacaba su cabeza afuera. La rata se movió, ahora muy contenta. La tormenta de nieve iba aumentando, yendo a la deriva a través de las calles, el viento tirando los copos de nieve en su cara. Las orejas de Shannon se estaban adormeciendo, sus pies estaban adormecidos hace un rato, a los lejos él podía oír el sonido de los trenes en sus rieles.



El Invierno Resistente

Parte Dos



Capítulo Cuatro


¿A dónde se dirigía Shannon caminando sin rumbo por las calles de Erie, en la mañana fresca a comienzos de una tormenta de nieve? Él estaba perplejo, había ido a Erie después de descubrir que su esposa lo había abandonado, dejado su casa; y así, él sentía que éste ya no era un hogar, una casa si, pero ya no un hogar. ¿Por qué Gertrudis lo había dejado? Shannon no te lo podía decir, incluso si quisiera; y por general, dudo que le interesara tanto, aunque ella fue una buena compañera bebedora. Ella se había marchado y ahora eran noticias pasadas. “No mires atrás” esa era su frase hoy día. Ahora él estaba parado con nieve hasta sus tobillos, en frente de la estación de buses. En la estación se leía con grandes letras gordas:

“¡Greyhound!”

Habían montones de pescados apilados dentro de contenedores que estaban abiertos para que la gente los examinara uno por uno, mayormente estaban muertos pero algunos todavía tenían un poquito de vida en ellos, y se movían alrededor, todos los pescados con grandes ojos, con sus aletas-colas colgadas en las tinas en las que estaban. El área del mercado estaba como en una especie de plataforma; Shannon leyó el aviso, que estaba junto al aviso de Greyhound, “Mercado Pesquero”; éste era más como un pequeño mercado abierto, nada grande, sólo montones de pescados, oliendo, pescados con ojos grandes abatidos y mucha gente parada alrededor—unos cuantos sentados detrás en unas bancas, otros cerca del contenedor de pescados y mesas llenas de pescados: pesándolos, destripándolos y tratando de hacerlos lucir bonitos.
Una mujer detrás de uno de los mostradores estaba abriendo a un pescado, otros peces estaban golpeando en los contenedores con lo último de sus deseos. Ella vio que Shannon estaba mirando. ¿Estaría ella buscando a un vendedor de pescados? Algo le dijo a Shannon que él podría ser uno. Él avanzó, saltando en la plataforma para evitar el charco (de hielo y agua) y se dirigió a la mujer detrás del mostrador. Él se dio cuenta que ella trabajaba muy rápido. Ella tenía cabello largo y grasiento, frente grande, pequeñas orejas, pequeños ojos redondos y brillantes afianzados dentro de una órbita profunda, cerca de un metro setenta de estatura, gruesa, como él, pero treinta años más joven. Sus manos eran muy blancas para el resto de su cuerpo, como si éstas hubieran perdido la circulación por todo el frío y los cortes de pescados.
“¿Eres una cortadora de pescados?” le preguntó Shannon.
“Si señor” dijo la mujer “Soy muy buena también”
“Estupendo”
La mujer miró escépticamente a Shannon, talvez pensando, ¿qué intenciones tiene él con esa pregunta tan estúpida? Por supuesto que ella era una cortadora de pescados.
“¿Es difícil cortar pescados?” Shannon le preguntó. Él no quería preguntar directamente por un puesto de trabajo, él quería hacerlo de manera disimulada, más cortésmente.
La mujer lo miró inquisitivamente.
“¿Qué le pasa señor?” ella preguntó, “¿es usted un charlatán?
“Absolutamente no”, dijo Shannon. “Ni siquiera sé lo qué es un charlatán”
“Bueno” dijo la dama, “pero si es una rata aquella cosa mirando por su bolsillo, usted es un charlatán”
“Rata” preguntó Shannon, “¿qué rata?”
“La rata que está sacando su cabeza por el bolsillo de tu saco…”
Shannon no supo qué decir, pensaba, ¿qué clase de mujer es ésta, quiero decir, ella lo mira todo, es que ella vino a hacer el trabajo de detective o qué? ¿Son los cortadores de pescados como detectives? Él quería el trabajo pero no quería explicarle toda su vida a ella.
“Vengo de San Pablo, mi esposa me dejó…” él empezó a decir, “pasé por el Colegio Superior Washington, cuando iba a mi casa”
“Conozco a una chica en Minnesota” la mujer dijo, “talvez tú la conozcas, Claudia Kline”
Era inútil, él se dijo a si mismo, continuar de esta forma, él le diría a ella la verdad, cortaría la historia a unos cuantos párrafos. Estaba haciendo más frío estar parado allí y continuar, y continuar, para sólo descubrir que ella no necesitaba un asistente, al menos eso parecía. Él miró a los pescados, éstos estaban por todos sitios, sobre el mostrador, en el piso, montones de pescados por todas partes, pescados tiesos y fríos, como él. Talvez ellos, como toda esa gente que él vio manejando, tenían lugares a donde ir también, cuando de repente, ¡ay!, fueron pescados y ahora estaban siendo cortados, y ella estaba preocupada por la rata.
Él se dio cuenta que los gatos estaban merodeando.
“Mi esposa desapareció repentinamente ayer” él le dijo a ella con una mueca (repitiéndose a si mismo)
“No me extraña porqué te dejó, yo también lo haría si vienes a la casa con una rata en tu bolsillo” ella dijo.
“Necesito un trabajo” Shannon comentó. Hubo un momento de silencio ahora, un momento de terror en los ojos de Shannon y una de empatía en los de ella. Él pensó que éste era un momento muerto y que todo estaba perdido. No había lugar para suplicar, ella vio la rata y todavía estaba tratando de descubrir qué clase de hombre lleva una rata en su bolsillo de su saco por todo alrededor.
“Allí está la estación de autobuses ‘Greyhound’, ve y toma un autobús de regreso a tu casa, puedo ver que no eres como ese tipo Jack que viajó por todo el país y escribió un libro sobre ello, el tipo beatnik, tú sabes de quién estoy hablando” dijo la mujer, “Incluso te compraré tu pasaje”
“Gracias” dijo él, luego se dio media vuelta y empezó a caminar entre los charcos de agua hacia la estación de autobuses, abandonando Erie, ella le había regalado cincuenta dólares. Por suerte esto era más de lo que costaba el pasaje, más unos cuantos dólares más para rematarla; talvez él podría tomar desayuno durante el camino. Él había vendido su casa justo antes de salir de San Pablo, pero los abogados habían puesto todo el dinero en una cuenta bancaria a su nombre, él ni siquiera sabía en qué banco. ¿Por qué incluso había dejado San Pablo? ¿Qué estaba tratando de hacer, de todos modos?
Viniendo por la calle en dirección hacia él habían cinco mejicanos, ellos lo miraron a él, pero él puso una cara de malo, como la de Humphrey Bogart en la película “Tener o no Tener” así ellos lo pensarían dos veces antes de robarle, ellos no sonreían, sólo lo miraban fijamente, caras sin cambios, sin expresión; él sabía lo que había en sus mentes, pero él esperaba que ellos no se atrevieran a detenerse, y ellos no lo hicieron. Sus caras nunca cambiaron de un paso al otro. Ellos fueron a la plataforma pesquera, hacia el mostrador donde estaba la mujer.

El sol brillante de la mañana de Minnesota despertó a Shannon, él había permanecido muchas horas en el autobús, el invierno estaba cerca; él bajó las persianas para cubrir el sol y sintió fresca la ventana fría. Él podía oler la tierra y el aroma de los maizales, había llevado una botella de vino al autobús, éste le había costado sólo un dólar, y se había embriagado durante toda la noche que ahora le era difícil encontrar su boleto, en caso de que alguien viniera a chequear. Mientras el autobús bajaba por los Grandes Lagos de la región se podía ver claramente el cambio en los campos. Era un viaje duro, uno que él siempre recordaría, pero él se había dicho: los mendigos no pueden elegir.
Mientras tanto, él pensó en los maizales y garabateó un poema en un trozo de papel higiénico, que guardaba en su bolsillo en caso que él necesitara, para una emergencia.

Los Maizales

Sólo cuando el sol encima
Derrita las dispersas nieves del invierno
Sólo viviré contento
En los ojos débiles del mundo abajo…
En los maizales
Con el brillo del verano
Aquí, ah si, aquí:
Como gotas derretidas de nieve, yo
Me hincho, e hincho—luego
Me fundo en los maizales,
¡En uno…!

26-Marzo-2009 (# 2583)



Capítulo Cinco


Al día siguiente Shannon O’Day arribó a la estación de autobuses en San Pablo, Minnesota, en el centro de la ciudad; él había llegado a tempranas horas de la mañana. En la estación de autobuses había una cafetería, un barbero y un puesto de lustrabotas, todos en un lado. Un muchacho de limpieza estaba trapeando el piso; otros hombres estaban sólo sentados alrededor fumando, otros tomando a escondidas un poco de vino que lo tenían escondidos en sus sacos, generalmente gente sin hogar, fumando, bebiendo y durmiendo.
El humo rodeó la estación; cerca de cincuenta personas sentadas en sillas de plástico estaban admirando el graffiti de las paredes, reflejo de las paredes del baño. ¿Debería Shannon permanecer alrededor para calentarse, o ir al banco para retirar su dinero y encontrar un hotel? Después de todo él había vendido su casa y tenía ocho mil dólares en el banco, solamente él necesitaba llamar a su abogado para ver en qué banco estaba su dinero, y hacer que el abogado llamara al banco para que liberaran los fondos. Él podría hacerlo y ver luego cualquier cosa que quisiera. Él miró alrededor de nuevo, vacilando. Él estaba viejo, muy viejo, talvez tendría sesenta y cinco o setenta años de edad.
Cuando él se fuera, dejara este mundo para siempre, él sabía que los hombres nunca escribirían un libro sobre él (desde luego que él no me conocía en ese entonces) no como se escribió sobre F. Scott Fitzgerald quien nació en San Pablo y todos en la región central de los Estados Unidos lo conocían. Ésta era la nueva generación joven, todos sobre nadie y todos; como Andy Warhol dijo una vez, y Shannon lo parafraseaba: todos serán famosos por quince minutos, en algún momento de su vida.
Shannon había llamado a su abogado, su dinero estaba en el Primer Banco Nacional, que estaba en un edificio grande de color gris ubicado en el centro de la ciudad, a él no le gustaba aquel feo edificio gris, el edificio más alto de la ciudad; el banco estaba bien, era sólo el edificio. Él estaba cerca del restaurante “Dickey’s Diner”. Shannon miró alrededor de nuevo, con su feo cuerpo gordo, cuerpo viejo, pesado y corpulento en el medio de la estación de autobuses, doblando y redoblando su pañuelo, y empujando la cabeza de la rata en su bolsillo para que la gente no pensara que él era un chiflado, o un memo; él se sacó el sombrero y se secó el sudor de su frente, todavía tenía un poco de color rojo en sus cabellos, aunque éste estaba disminuyendo, tenía rulos alrededor de sus orejas y pelos saliendo de sus orejas y nariz; y, alrededor de sus apagados ojos azules aquellas cejas tan largas que él casi podía lamerlas con su lengua.
Shannon tenía algunas lágrimas rodando por sus mejillas, como si estuviera perdido en su propio viejo espíritu, no sabiendo qué hacer ahora con su vida, él le decía a la rata simplemente que estuviera quieta. Las lágrimas corrían por sus mejillas y el pañuelo de su bolsillo y sus manos temblorosas las secaban.
Pesados, ¡ah! muy pesados él sentía sus pies, aunque el adormecimiento había desaparecido. Shannon empezó a caminar hacia las puertas de la estación cuando un niño vino corriendo con una pelota gritando, “miren, miren, puedo…”, entonces vio la cabeza de la rata y estaba a punto de gritar “rata”, Shannon lo sabía esto más allá de la duda, entonces él puso sus pies y el niño de seis años se tropezó y cayó, Shannon le susurro “cierra tu pequeña boca gorda, pequeño” y el niño lo miró con ojos de terror olvidándose de la rata y gritó, “¡él me hizo caer…!” Esto realmente no le importaba a Shannon, era en realidad una invitación para escabullirse al banco y retirar su dinero. De algún modo no era esto lo que él quería hacer inmediatamente, pero mejor ahora que nunca se dijo. Él necesitaba comer, sólo tenía tres dólares, suficiente para un buen desayuno en “Dickey’s Diner”, aunque el banco ahora parecía ocupar sus pensamientos.
Shannon dio la espalda a la estación de autobuses y se dirigió hacia el banco, en esta tranquila y conservativa, casi congelada pequeña ciudad en la región central de los Estados Unidos, caminó por las veredas de cemento, mirando a las ventanas de las tiendas, mientras ellos cambiaban la ropa de los maniquís de los diseños de otoño con los de invierno. Las bocinas de los carros sonaban, la gente hablaba sobre una guerra en Asia, en un diminuto país llamado Vietnam. Shannon había dicho en voz alta mientras la gente pasaba, “ahora otra pequeña guerra sucia por nuestros supuestos patriotas elegidos”.
Él vio el banco y pensó en el General MacArthur, quien había dado un discurso unos años atrás en West Point en 1962, él era el jefe de las Fuerzas Armadas Americanas en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y tuvo una campaña final en Corea que condujo a conflictos con el presidente Harry S. Truman. Si él lo hubiera hecho a su manera, él habría terminado con la guerra que estaba empezando en Vietnam en un flash, una bomba grande, eso lo haría, no todos esos pequeños petardos; y no se preocupen por China, tenemos algo de sobra para ellos. Shannon había sido un soldado en la Primera Guerra Mundial, uno rebelde. Allí me senté en la zanja esperando por los alemanes, pero eso no importa más, pensó, nuevas guerras, hay nuevas guerras para las nuevas generaciones; algo para pasar el tiempo, así es que creamos nuevas guerras. Y siempre es América quien tiene que venir corriendo al rescate por Europa, la satisfacción desagradecida, pero aún no lo han descubierto: países que no están listos o preparados para defender sus riquezas, son simplemente blancos por aquellos que lo están.
Sus manos ahora estaban temblorosas; ¡ay! “Aquí estoy en este grande edificio feo”. Con esas manos nerviosas y vacilantes él abrió las puertas pesadas del banco, escondió a su rata empujando su cabeza dentro de la parte profunda del bolsillo de su saco.
Había muchos pilares largos y cuadrados en el banco, él los miró. Luego le hizo algunas señas a la cajera que estaba contando el dinero, ella lo miró y movió su cabeza en señal de que sabía que él estaba allí, y continuó contando el dinero. Ella le hacía recordar a Olivia, la novia de Popeye. Shannon se dijo: ese es el riesgo que tú tienes que tomar viniendo a estos enormes edificios feos, ¡apúrate!, ¡espera! Él hizo un sonido con sus dedos gordos. La cajera miró a donde él estaba, mirándolo ahora más en la cara, dándole una señal, con sus grandes ojos protuberantes y cejas que subían, haciendo aparecer su frente más pequeña:

“El hombre paciente obtiene lo que quiere”

Él estaba con hambre, quería volver cerca a la estación de autobuses, al restaurante “Dickey’s Diner” y tomar ese desayuno de tres dólares. Entonces él le dio una señal a ella, con sus labios:

“La paciencia no es mi virtud”

¡Ah! Estos ancianos de antes fueron por seguro gente sabia, ellos construyeron tales grandes bancos con mucho dinero dentro de éste, si sólo hubieran tenido algo de imaginación otra que hacerlos lucir como cajas de fósforos. Ellos no tuvieron que hacer mucha propaganda, no lo vi en la televisión, la gente sola automáticamente le dio su dinero. Ellos les dijeron en papeles firmados “somos los mejores, el número uno” luego pusieron un número uno grande encima del banco, pero ellos realmente eran el número diez cuando recién empezaron y la gente pensaba que ellos eran el número uno y dejaron a los otros bancos por ellos. Él sabía cómo esto funcionaba. Él se fijó en el reloj que estaba encima de la mujer contando el dinero—a la que ahora él llamaba Olivia—eran las once de la mañana, cerca de la hora de almuerzo. Él vio un aviso ahora, éste decía, “Sé paciente” Esto no era el restaurante Dickey’s Diner él se dijo, éste era alguien quien tenía su dinero, diciéndole a él que sea paciente.
“Me pregunto” Shannon le dijo a una jovencita que estaba parada detrás de él “¿es éste un banco o una sala de espera en el hospital?”
“Sí señor” contestó la joven, “por supuesto que éste es un banco. Es el Primer Banco Nacional, el número uno”
“Gracias señorita” dijo Shannon, luego cruzó sus brazos y espero.

“Me gustaría retirar mis ocho mil dólares del banco” le dijo Shannon a la cajera.
Ella llamó en seguida a su abogado y éste le aseguró que él había puesto el dinero del señor O’Day en ese banco para guardarlo en buen recaudo. Después de esta llamada ella le dio su dinero.
“¿Es todo lo que necesita señor?” ella le preguntó, luego dijo “por favor póngase al costado que hay una señora detrás de usted esperando”.
“¿Por qué no le da la señal que significa paciencia, como lo hizo conmigo?”
Entonces él abrió el bolsillo de su saco y la cabeza de la rata salió, luego él puso a la rata sobre el mostrador, gentilmente. La rata despeinada sacudió su cuerpo como para estirarse después de haber estado encerrada en un área muy pequeña por tanto tiempo.
La señora detrás de él se alejó rápidamente, y la cajera, cogió un lapicero y trató de empujar a la rata hacia atrás—pinchándole a la rata—empujándola lejos de ella para que así ésta no saltara sobre ella. ¿No es éste un pequeño animal furioso? él dijo. “A propósito” él añadió, casi avergonzado “la próxima vez déme mi dinero envuelto en bandas, para que no se esparzan por todo el lugar”
“¿Bandas?” preguntó la cajera, “¿para tu dinero?
La cajera empujó a la rata con su lapicero por segunda vez, como una bruja en su escoba (Shannon pensó, o eso aparentaba) y rápidamente retrocedió hacia un costado, donde se sentía segura. Shannon tenía un brillo cálido en su cara ahora y una sonrisa brillante.
“Él no es un bribón ruidoso, sólo uno feliz”, shannon dijo de pasada empezando a alejarse del mostrador, mientras que la cajera sacudió sus brazos en el aire, gritando con voz histérica a su jefe: “¡Una rata!...rata, una rata viva en la casa, digo…en el banco” A este punto el señor O’Day caminó rápidamente afuera del banco; detrás de él, se oían voces gritando, a lo largo de su camino: “¡Una rata viva, una rata viva…rata…rata…rata!”
Cuando él llegó afuera, él estaba metiendo su dinero en su bolsillo izquierdo y a la rata en el bolsillo derecho.



Capítulo Seis


“¿Cuántos años tiene su rata?” le preguntó la mesera en el restaurante Dickey’s Diner, después de haberle traído a Shannon su esperado desayuno.
“¿Cómo puedo saberlo?” Shannon dijo, “Justo me lo encontré ayer y mi esposa me dejó unos días atrás, para variar”
“¡Pobrecito de ti!” la mesera dijo mientras vertía café caliente y humeante en su taza. Shannon metió su dedo para probar la temperatura, ver qué caliente estaba el café. “Estábamos afuera bebiendo esa noche, o era esa mañana, no lo recuerdo bien, y yo estaba escuchando a los trenes cercanos a los maizales. Yo había perdido el conocimiento y cuando desperté ella se había ido, sólo así”
“Talvez ella está tratando de encontrarte ahora mismo”
“Páseme la pimienta, por favor” Shannon pidió, “ahora ¿qué iba diciendo usted?”
“Nada, anciano, sólo coma” ella comentó y se alejó.
“Soy graduado de un colegio superior” él le dijo a la mesera mientras ella se alejaba.
“Y qué” dijo la mesera, “come, cállate y vete de aquí, y llévate esa fea rata tuya”
Su mente ahora estaba cambiando, mientras que la rata estaba colgando su cabeza afuera del bolsillo de su saco. Él sabía que la rata estaba con hambre, se la veía débil y talvez este aire frío era mucho para ella.
“Digo” él le dijo a la rata, dándole un trozo de tocino, “te apuesto a que puedes comerte todo este desayuno solo”
La mesera volvió con una porción grande de papas fritas, crocantes.
“Aquí está” dijo ella, “para la rata, odio ver a alguien o algo estar hambriento”
“La rata ahora estaba mordisqueando su comida, parada en el asiento, levantando su cabeza muy contenta para ver a su nuevo amigo.
“Hace eso para agradecerme” Shannon le explicó a la mesera.
“Estas son deliciosas papas fritas, muy buenas también” ella comentó. Shannon cogió algunas papas fritas con sus dedos y la rata casi le muerde; de seguro ellas estaban muy deliciosas, y así él con un movimiento de su cabeza mostró que estaba de acuerdo con la mesera.
Después de comer todas esas papas fritas, la rata estaba energizada, y Shannon podía enfocar mejor como si su mente estaba más clara.
Qué eran todas esas palabrotas que la mesera iba diciendo, que quizás su esposa lo estaba buscando, ahora que él tenía ocho mil dólares en su bolsillo. Si él la encontraba, él tenía una sorpresa grande para ella—nada, él no tenía nada para ella, su parte había sido retirada del banco. Él no era un hombre con el que se podía jugar, o hacerlo el tonto; él había oído una vez un refrán “Lo que el mono ve lo copia” y él estaba haciendo sólo eso, en lo que a él concernía ella había quemado el puente que había cruzado.
Después de terminar su desayuno y la rata sus papas fritas, la rata se quedó dormida.
“Cuando se canse de dormir” remarcó la mesera, “es mejor que te vayas de aquí”.
“Seguro” dijo Shannon.
“¿Dónde está tu casa?” preguntó la mesera
“Solía vivir en la calle Albemarle, hacia abajo de la calle Rice, pasando la compañía eléctrica” el anciano contestó, con una sonrisa un poco triste.
“Hombre raro” pensó la mesera.
“No siempre fui una mesera, tú sabes” ella comentó.
“Estoy seguro que no siempre lo fuiste”.
“Además, tengo también un diploma de graduada de un colegio superior, fui al Colegio Superior Central luego al Colegio Superior Harding”. La mesera continuó hablando, hablando y hablando acerca de su vida.
“¿Encuentras mi vida interesante?” ella le preguntó al anciano, añadiendo “si escribes un libro algún día, no uses mi nombre, ¿OK?”
“Seguro preciosa”, respondió Shannon “si esa es la forma como quieres”. Luego él estuvo tranquilo, “A propósito” él dijo, “¿te molestaría traerme más tocino?”
“Es el mejor en la región central” la mesera dijo con una sonrisa, su cara, pálida y roja, sudando, con partes ásperas por el viento, “tú te pareces a esa artista de King Kong, tú sabes, Fay Wray”
“Ella era una mujer interesante, la conocí una vez; y, realmente ¿quieres más tocino?”
“Si” Shannon simplemente contestó.
“Y deja en paz a esa rata” dijo la mesera, Shannon estaba haciéndole cosquillas a la rata.
“Cuéntame más sobre la historia de tu vida” dijo Shannon.
“Allá por los años 40, me encontré en San Francisco” ella empezó, “estaba entusiasmada por querer ver el puente Golden Gate, talvez ese fue el motivo por el que llegué allí”.
“Continúa” dijo Shannon divagando.
“Igual que la rata recuerdo que cuando llegué allí estaba realmente cansada, seguro que me quedé profundamente dormida. Cuando me desperté estaba en la cama con un hombre. Mi madre había desaparecido”
“¿Quién era ese hombre?” preguntó Shannon.
“Un soldado con licencia de la Segunda Guerra Mundial…no puedo recordarme su hombre”.
“Sólo llámalo Igor”, sugirió Shannon.
“Sí, eso suena muy parecido a su nombre verdadero” ella dijo.
“Bajé al primer piso al vestíbulo para verificar con los botones y en el registro, porque yo pensé que había ido con mi madre, pero en el registro figuraba mi nombre y el suyo, todos los botones decían que el soldado y yo habíamos llegado juntos. Todo esto por supuesto era una sorpresa para mí. Recuerdo luego que llamé a mi madre y ella me dijo, “Dónde diablos haz estado, después del accidente del bus, tú estabas desaparecida”. Yo le dije que había despertado nada menos que en Frisco, así es como muchos llaman a San Francisco, tú sabes. Me enteré que había desaparecido por dos semanas. Amnesia por dos semanas enteras; no puedes ganarle a eso. ¿Qué te parece mi historia?
“Continúa, es una historia matadora”, dijo Shannon
“Amnesia, eso es lo que había tenido, había caminado en estado de amnesia por dos semanas enteras, luego me desperté, es todo y luego fui a ver el puente Golden Gate”.
“¿Qué pasó con el muchacho, el soldado?”
“Igor, él me dio un billete de cien dólares, me dijo que volviera a casa, que él me escribiría, pero nunca lo hizo desde luego. Compré mi boleto y regresé acá. Desde entonces he sido mesera”.
“Es bueno sacar todas esas cosas de tu mente”, dijo Shannon.
“Si”, dijo la mesera, dándose cuenta que Shannon había visto sus arrugas alrededor de sus ojos, que se pronunciaban más cuando ella reía. Esas arrugas le recordaban al anciano de las trincheras en las que vivía durante la Primera Guerra Mundial.
“Luces mejor ahora”, dijo el anciano.
“¿Honestamente?” ella preguntó
“Que me muera si no es cierto” dijo Shannon pero él tenía sus dedos cruzados, ya que estaba mintiendo.
Shannon salió del restaurante, éste era un carro de un tren antiguo en desuso, convertido en un restaurante.
“Regresa de Nuevo” gritó la mesera, “pero no traigas a esa rata contigo, por favor”.
“Si” dijo el anciano, mirando hacia el feo edificio grueso, con su número Uno encima. ¿Era cierto esto? ¿Era el banco número uno en San Pablo? A él le hubiera gustado saber la verdad.
La rata también estaba mirando hacia el número uno, casi imitando a Shannon.



Noviembre Fangoso

Parte Tres



Capítulo Siete


Shannon O’Day estaba buscando trabajo. Él era un hombre que usaba más sus manos que su mente en tales asuntos. Él volvió a la fundición, Malibu Iron, que estaba en el lado este de la ciudad. Él miró a través de la ventana, era atractivo, toda esa gente yendo y viniendo para cumplir con sus tareas. Era cierto que era sucio, un trabajo en el que te ensucias, todas las fundiciones lo son, pero ellos pagaban bien. Hombres desnudos corriendo después de haber tomado sus duchas para ponerse sus calzoncillos largos, para que los vientos de Minnesota no los congelara.
Dentro de la fundición Shannon llamó a una mujer en la oficina, “¿Tiene un supervisor?”
“¿Puedo ayudarlo señor?” preguntó la mujer.
“¿Qué piensa usted que acabo de decir, dónde está el jefe, tiene un jefe?” Shannon conocía a las fundiciones y fábricas muy bien, como la palma de su mano, él había trabajado en ellos suficientemente. Él estaba a la defensiva, ellos no lo iban a engañar. Él esperó por la puerta de la oficina, leyó un aviso en la parte de atrás del corredor:

“Capataz, toque antes de entrar.”

Al diablo con esta bulla, él se dijo asimismo, iré directamente donde el capataz, y caminó hacia el fondo del corredor, vio la puerta media abierta, tocó la puerta de madera y entró.
“¿No puede leer el aviso?”, dijo una voz detrás de un escritorio.
“Dice toca, así lo hice antes de entrar”, dijo Shannon, parado frente al escritorio del capataz. Afuera en el corredor, él podía oír a los trabajadores yendo y viniendo, tarareando y hablando, silbando y maldiciendo.
El capataz era un hombre pequeño, pero de contextura gruesa, con hombros anchos, manos grandes y una cara áspera, áspera en el sentido de parecer poco comprensivo.
“Entonces qué puedo hacer por usted, como si no lo conociera”
“¿Qué es lo que usted hace mejor? Contratar y despedir, hoy día es contratarme y puedo hacer todo lo que esos jóvenes debiluchos pueden hacer y hacerlo mejor, y más rápido”.
“Entonces tú quieres un trabajo, ¿cierto? Está bien, tengo uno para ti” dijo el capataz, “te pondremos por los quemadores, y tú tendrás que verter los metales dentro de los moldes, ¿qué te parece?”
“Perfecto” dijo Shannon.
“Poggi, ven acá”. Él llamó a un hombre de mediana edad, alto, con una apariencia saludable, y cuando Poggi llegó hasta donde estaba el capataz, miró a Shannon de arriba a abajo.
“Soy alemán”, dijo el capataz, “¿no te importa trabajar para un jefe alemán?”
“Un alemán es tan bueno o tan malo como el otro, no tengo nada en contra de ellos. Nosotros les ganamos dos veces, y ellos aprenden lentamente, eso es todo lo que sé, ¿por qué lo pregunta?”
“Bien esa es una honesta y buena forma de hablar, veo que eres irlandés, y no tengo nada en contra de ustedes cosechadores de papas allí en Irlanda tampoco, mientras hagas bien tu trabajo aquí”.
El hombre llamado Poggi Ingway, sólo seguía mirando y mirando fijamente a Shannon, mientras que el capataz se puso a un costado para hablar con uno de los trabajadores.
“Encantado de conocerte Poggi”, dijo Shannon. Él estaba mirando a lo fornido que era, era tan redondo como alto, pero sólido en algunas partes.
“No siempre vemos personas de tu clase aquí” él dijo.
“Tu capataz es el primer alemán que he conocido” dijo Shannon.
“Ah, él realmente es un buen muchacho americano, su padre vino de Austria y su madre de Alemania, pero él nació acá, en San Pablo; pero al final de la Segunda Guerra Mundial le pasó una tragedia, y supongo que puedes llamarlo su pesadilla” Poggi dijo, mientras le mostraba los alrededores de la fundición; el capataz todavía seguía hablando con el trabajador.
“¿Estuviste en la guerra también?” le preguntó a Shannon.
“Sí, en la Primera Gran Guerra, estuve en Francia, en aquellas trincheras”.
“Te apuesto que éste fue un acontecimiento verdadero” dijo Poggi.
“Hacía frío y era húmedo, hombres orinándose en sus pantalones, montones de basura apiladas tan altas como caballos, ratas por todos sitios, era repugnante, pero ellos murieron con valentía; luego un día detuvieron la matanza, sólo así, como si ya hubieran perdido a la cabra y no querían perder la soga, pero lo hicieron, los alemanes perdieron todo en la Segunda Guerra Mundial”. Luego él se acordó de su rata, la había dejado en su departamento pero se había olvidado de dejarle algo de comer. “Todos éramos inadaptados en ese entonces, no como en el ejército de hoy en día”
“¿No estás muy viejo como para trabajar?” él preguntó.
Shannon no contestó.
“No tomes nada contigo, ellos te chequean desnudo antes que dejes el lugar y si encuentran algo en tu gabinete, en tu persona o en tus cosas, estás perdido, se acabó para ti este trabajo”.
“Supongo que muchos hombres son despedidos debido a esto.”
“No” dijo Poggi, “no muchos lo intentan, o no son tan tontos como para intentarlo”.
“Mi esposa me dejó”, le dijo Shannon a Poggi.
“Bueno, yo no me preocuparía por eso más, parece que todavía tú tienes energía y brillo, un buen trabajo, un lugar donde descansar tu cabeza y talvez algunos perros, ¿cierto? Y encontrar una buena o mala mujer no es tan difícil como encontrar una buena o mala churrasquería”.
“Si, me imagino que sí, tengo todo lo que dices pero no el perro, en cambio tengo una rata”.
“Yo no diría eso tan alto Shannon, la gente podría pensar que eres un chiflado”.
“Oí que una vez alguien dijo: “ninguna esposa es mejor que tener a la esposa equivocada”, algo así”.
“Yo oí algo diferente: “si no hay una buena esposa para escoger, cualquiera es mejor que no tener una esposa, todas ellas han sido cortadas con la misma navaja” pero yo no esperaría ello”.
“Tú Poggi escucha, un pequeño consejo para ti; tú eres más joven que yo. Búscate una esposa fea y así serás feliz el resto de tu vida; o alguna chica de Sudamérica, a ellas les gusta atender a sus esposos”.
“Shannon”, dijo Poggi, “se nota que tienes ciertos conocimientos, estoy encantado de haberte conocido y que estaremos trabajando juntos”.
Poggi puso a trabajar de inmediato a Shannon, asignándole el segundo turno, de las cuatro de la tarde hasta la medianoche, pero antes le presentó a la mayoría de los trabajadores de la fundición.
Él trabajó con Poggi durante los meses siguiente, cambiando el peso del hierro en los moldes, sosteniéndolos estables mientras el metal fundido era vertido en los moldes, y, cuando no estaba haciendo eso, él vertía metal fundido en los moldes. Parecía que Poggi y Shannon se llevaban muy bien, trabajando uno al lado del otro.



Capítulo Ocho


El primer día conduce a trescientos sesenta y cuatro días más, horas sin terminar para Shannon O’Day cambiando pesos de hierro, vertiendo el metal fundido y mirando a los hombres desnudos, lavándose y aseándose; a veces trayendo a su rata al trabajo y guardándola en su lonchera en el vestidor, almorzando solo en ese mismo cuarto, escondiéndola muchas veces en el bolsillo de su pantalón. Todos se preguntaban qué tenía él en el bolsillo, éste se meneaba pesadamente, y se movía. Poggi le había dicho: traer a la rata no era una decisión sabia, pero él la extrañaba mucho, aunque esto le hacía sentir a Poggi incómodo.
Ah, Shannon O’Day estaba muy contento, su trabajo hizo que se olvidara de los maizales, aunque éste ya había tomado bastante de su tiempo, talvez demasiado, lo que hizo que él estuviera cansado. Ahora la semana estaba terminando, era viernes por la noche. Shannon estaba en su camino al restaurante para ver a Maribel, su nueva enamorada; él pasaba bastante tiempo en el café socializando con nuevos amigos. La historia de Maribel le molestaba un poco, por eso le preguntó a Poggi acerca de San Francisco, él sabía que Poggi había estado allí. Lo embriagó y luego hizo que él hablara, sacó algo de información. Él era muy inteligente para saber cuándo y cómo hacer que un hombre se embriagara para luego hacerle las preguntas correctas.
Después de embriagarse, Shannon y Poggi fueron al parque Como, por el lago, se sentaron en el carro y vieron el crepúsculo, el lago estaba empezando a congelarse, algunos niños estaban esquiando al filo de éste. “No hay razón para que te apures con tu relación con Maribel”, Poggi le dijo a Shannon. “Todas las cosas vienen a buen tiempo, todas las cosas vienen a aquellos que tienen paciencia”, le dijo Poggi.
Shannon lo miraban misteriosamente. ¿Quién era Poggi de todas maneras?, quiero decir, él no era Platón de la edad media; él sólo era un trabajador de la fundición, con un montón de consejos para un anciano, que también estaba volviéndose viejo día a día, talvez un poco desnutrido con sexo, perdiéndose los maizales y el sonido de los trenes. Él no había estado nunca en la guerra, ni se había casado ni siquiera una vez, tampoco tenía una hija en secundaria viviendo con su hermano. Shannon O’Day, abrió la puerta de su carro, el aire estaba frío, “Platón, baja de mi carro, dile a tus enamoradas que esperen por sus próximos arreglos con sexo, ellas te tirarán como papa caliente”. Y luego puso el auto en marcha y se alejó. Poggi que no tenía enamoradas no podía entender sus necesidades, pero Shannon no sabía esto, él solamente asumía que Poggi tenía varias enamoradas.
“Buenas noches”, le saludó a Maribel en el restaurante.
“Es bonito verte esta noche. Saldré dentro de una hora” ella le dijo a Shannon.
“Él se sentó por el mostrador, pidió una taza de café y empezó a leer el periódico “La Prensa Pionera de San Pablo”, que frecuentemente leía, a él le gustaba este periódico. Los comentarios de Poggi lo tenían conmocionado.
“Estuve pensando el día entero”, le dijo a Maribel mientras ella pasaba por su lado—él estaba mirando a las otras personas en el restaurante, habían unos cuantos jóvenes con sus enamoradas, un anciano dormitando sobre sus tostadas y huevos fritos, una mujer mirando fijamente a la rata que le estaba echando una ojeada a ella, “apúrate”, él añadió.
“Qué linda”, comentó la mujer mirando a la rata, “una cinta azul alrededor del cuello de la rata” y luego sonrió a Rata, el nombre oficial que Shannon le había puesto, a falta de uno mejor que se le viniera a la mente.
Él agarró a Maribel por la falda, pero con dignidad, ella se volvió a él bruscamente, “Si, si, Shannon, ¿qué es esto?”
“Tú eres mi vieja, ¿cierto?, él le dijo. Lágrimas corrían por las mejillas de Maribel, “por supuesto querido”, ella contestó, “¿por qué?
Él vaciló, ella dijo, “Tú eres mi viejo, ¿correcto?”, y él movió su cabeza arriba y abajo en señal de afirmación.
“Ahora, ¿cuál es el problema?” ella preguntó severamente.
Shannon contestó con un susurro, “Yo soy… tú sabes qué, casémonos, lo más pronto mejor” Él sabía que no podía mantener esto en secreto por más tiempo; era lo que él quería decir desde hace poco ahora.
“Si nos casamos, ¿vas a llevar a Rata a todos los lugares que vayamos? Ella preguntó (la rata la miró tristemente, y luego miró a Shannon)
“No, no a todos los lugares; le buscaremos a una señora rata para él” y luego ellos empezaron a reírse, la risa fuerte le recordó a Shannon cómo él solía reírse en los maizales, con su ex – esposa, borracha como una cuba, su ahora mucho tiempo desaparecida ex – esposa.
Y así ellos fueron a hacer planes. Shannon cogiendo su periódico, doblándolo y poniéndolo en el bolsillo atrás de sus pantalones.
“Realmente me gusta este periódico, no lo he terminado de leer todavía”, él le dijo a Maribel.
Ella se había abrochado el abrigo hasta arriba y llevaba su mandil en sus manos para lavarlo más tarde.
“Toma, ponte mi sombrero, puedes coger la gripe”, Shannon le dijo.
“No, no me gustan los sombreros, tengo cincuenta y siete años de edad y nunca he usado un sombrero y no voy a empezar a usarlo por ti tampoco”.
“Es tu regalo de bodas”, dijo Shannon.
“Ah”, respondió Maribel, “así es diferente”, luego ella cogió el sombrero, se lo puso y sonrió.



Capítulo Nueve


Era temprano en la mañana del día siguiente de su boda, Shannon O’Day y su mesera, Maribel O’Day, eran uno, como dos gotas de agua ahora. Ahora ellos entraron al restaurante como esposo y esposa, saludaron al anciano Josh Jeremy Brown, el cocinero negro, a él le gustaba tocar el bajo cuando no había gente alrededor, le gustaba el vino también, tenía una botella que lo escondía en algún lugar, él era aproximadamente de la edad de Shannon, entre sesenta y cinco y setenta, incluso Shannon no sabía exactamente su edad, él calculaba que tenía sesenta y ocho. No era un chibolo. Estaba también, otra mesera joven y atractiva, que vestía de amarillo como Maribel, su nombre era Annabelle Henry y un joven que siempre estaba sentado al final del mostrador con su guitarra, pensando que algún día él podría ser otro Elvis, o Rick Nelson, o Johnny Cash, él se uniría a tocar y cantar con el anciano Josh Jeremy Brown, generalmente alrededor de las tres de la mañana cuando el restaurante estaba tranquilo, después que los borrachos vinieran por su bistec, o por un desayuno temprano, e iban tambaleándose hacia atrás del restaurante tratando de encontrar su camino de vuelta a casa.
El anciano cocinero negro le preguntó a Maribel, “¿todos quieren desayuno, almuerzo u otra cosa?” Él había venido de Alabama allá por los comienzos de los años cincuenta, por eso todavía le quedaba un dejo del sur.
“Yo no voy a alimentar a esa rata tuya” dijo Annabelle, con una expresión de asco en su cara. Era tibio dentro del restaurante y Shannon y su nueva esposa se sentaron en una mesa, pusieron una moneda en la pequeña caja musical y empezó a tocar la canción de Rick Nelson “Ciudad Solitaria” lo que trajo lágrimas a los ojos de Maribel.
“Me gusta esa canción muchísimo”, dijo Maribel, “¿tienes esa pinta de whisky?” vierte un poco en mi café antes que Annabelle regrese”, ella le dijo a su esposo. A ella le gustaba beber, no mucho como Shannon pero casi. Shannon se preguntaba si ella se embriagaría en los maizales amarillos, como solía hacerlo él con su ex – esposa, pero no se lo diría a ella todavía—hay tiempo para todo debajo del sol, ese era uno de sus muchos dichos.
Shannon cogió el periódico “La Estrella de Minneapolis” y leyó la primera página, luego mirándole a Maribel dijo, “Si, ahora ya somos marido y mujer, se siente bien, y quiero sentirme bueno y beber para alegrar a mi corazón”.
“No necesitamos decirlo eso tan alto, querido, sólo hay que hacerlo, todos aquí tienen tres oídos, si tú sabes lo que eso significa”.
“Si querida”, Shannon estuvo de acuerdo.
“¿Te gustaría un desayuno o un bistec querido? Maribel le preguntó a su esposo.
“Me gustaría un tazón de sopa de tomates caliente con galletas”, Shannon contestó.
Annabelle Henry, la mesera joven, puso la sopa y las galletas sobre la mesa. Mientras ella ponía el plato vio la cabeza de la rata, su mano casi lo toca, la rata estaba casi afuera del bolsillo de Shannon.
“¿Realmente tienes que llevar a esa bestia a todos los sitios que vas?” ella preguntó a Shannon.
“¡Escuchemos esto, Ricky!” Shannon gritó, y ahora estaba tocando otra canción de Rick Nelson, sonaba como “Querida lah lah lah” y no le estaba prestando ninguna atención a Annabelle.
“¿Cómo le llama a su rata?” preguntó Annabelle a Maribel.
“Rata, un nombre simple” remarcó Maribel.
“¿Por qué no algo como Picasso, Dalí o Elvis?”
“O ¿por qué no Annabelle?” dijo Maribel
“Porque Shannon cuando habla de la criatura se refiere como si fuera macho”.
“No creo que Shannon sepa si es hembra o macho” dijo Maribel.
“Creo que tengo que irme, hablamos en otro tiempo Annabelle, la pequeña bestia de Shannon está con hambre y tiene que ser alimentada”
El cocinero negro, Josh, empezó a reírse, él había oído todo sentado al final del mostrador, almorzando.
“¿Qué es tan chistoso?” preguntó Annabelle al anciano Josh.
“Rata”, él dijo, “¡Rata, Rata!”, qué nombre”
Luego ella dijo, “¡Josh, Josh!” (bromeando) mientras su voz se alzaba, “por favor Josh habla con Shannon para que se deshaga de esa rata”.
No hubo respuesta, sólo el sonido de él comiendo y respirando. Él era un hombre contento para dejarlo muy bien en paz.



Capítulo Diez


La vida de Shannon parecía estar tomando una nueva dimensión, trabajando en la fundición ahora en el turno de las mañanas, atendiendo a su nueva esposa y a Rata, su mascota. No tenía mucho tiempo para leer el periódico, “La Prensa Pionera de San Pablo”, no tenía tiempo para leer algo, ni siquiera sobre política, o sobre la guerra; a él le gustaba leer sobre las guerras, especialmente la nueva guerra en Vietnam y aquel tipo llamado Ho Chi Minh, tan flaco como un poste, pero él pensaba que era rápido como un látigo. Quiero decir, aquí un muchacho un día lavando platos en Paris y ahora gobernando una selva y a sus compatriotas, como focas entrenadas, qué más podrías pedir en la vida. Él combatió a los franceses, los japoneses y ahora a los norteamericanos; si había algo, era que él era un ambicioso. Los vietnamitas era una clase extraña de gente, de verdad, él concluyó. Talvez un día alguien escriba un libro acerca de él y sus hazañas en las trincheras de Francia durante la Primera Guerra Mundial, como Hemingway lo hizo con la Primera Guerra, en “Adiós a las Armas”, Faulkner en “La Fábula”, aquel tipo alemán en “Sin Novedad en el Frente” y aquel otro hombre que escribió “Sus Soldados Nosotros” allá en el año 1929.
Bien, esto es como era ahora, no había mucho tiempo para discutir las cosas. Ella se encargó un esposo y él se encargó una esposa, pero ahora el truco era, y ella estaba pensando en esto, estaba escrito en su cara, cualquiera podría decir lo que ella estaba pensando, “¿Puedo mantener a mi esposo a mi lado, guardarlo para mi?” Ah, sí, ella, Maribel, estaba preguntándose esto seguramente.
El señor Shannon O’Day, anteriormente un anciano jubilado, quien se emborrachaba semanalmente en los maizales de Minnesota en los veranos, primaveras y otoños, hoy el esposo de Maribel Adams, ahora llamada Maribel O’Day, estaba trabajando en la fundición y tenía un buen ingreso. Pero la verdadera razón por la que ella se preguntaba sobre su energía y brillo, su femineidad, era porque Annabelle Henry le había echado ojos a él, a su hombre, su hombre y esposo, ella tenía otras intenciones y no se lo estaba diciendo a nadie verbalmente, pero las mujeres pueden ver tales cosas. Cada vez que Maribel se miraba en el espejo, veía a Annabelle riéndose; esto no era bueno para su moral. Quiero decir que Annabelle estaba coqueteando incluso con Rata ocasionalmente, para apaciguar y acercarse más a Shannon. La pregunta que vino a la mente era, “¿Puede Maribel renunciar a su trabajo, después de tantos años?”
Ella no podía estirar todas esas arrugas, ella lo sabía eso, y tampoco podía romper espejo tras espejo, por eso mientras tanto ella simplemente tenía que vivir con ese horrible pensamiento, “¿Podría o no podría agarrar a su hombre, su esposo?” Cada noche en el restaurante, cuando Maribel miraba a Annabelle, un nudo aparecía en su estómago que la hacía sentir mal. Ella sabía que Annabelle tenía un programa para Shannon O’Day, sí para él, él mismo, con el que ella estaba casada.
En cuanto a Maribel ella pensaba que Annabelle no era más que una prostituta, sí pero una reservada. ¿No podía ella buscarse su propio enamorado? Ella tenía veintisiete años de edad y tratar de estar entre un esposo y esposa era cosa de una prostituta, una prostituta reservada. Puede que lo sea, pero Shannon estaba fascinado con Annabelle dándole el tiempo del día, un anciano como él nunca había tenido tal devota atención de una bonita muchacha tan joven y escultural. Ella era una muchacha que había venido de Carolina del Norte, vino con el anciano Josh, bajaron del mismo tren, debieron haberse conocido en el tren, y los dos consiguieron un trabajo en el mismo restaurante, al mismo tiempo. Maribel aceptaba que esto era misterioso, talvez había habido, o había, algo entre los dos, talvez el mismo juego. La única cosa que le importaba ahora era descubrir la verdad y buscar sus intenciones. Ella tenía que agarrar a su tesoro, su hombre, su esposo. Hacer que él quiera estar con ella cueste lo que cueste. Cuando el verano viniera, talvez los maizales lo harían. El siempre hablaba de cuando solía embriagarse en los maizales con su ex – esposa, otra prostituta en los ojos de Maribel. Ella se miró en el espejo en el baño del restaurante, otra arruga apareció.
El frío estaba empezando a congelar las calles, debido a ello éstas se partían y tenían que ser reparadas en la primavera, cada primavera como de costumbre, mientras la ventisca de nieve caía silenciosamente. Maribel, temía el invierno, quería detenerlo, decirle que espere. Al principio, la nieve parecía ser natural, luego era una carga, porque Maribel tenía que hacer un viaje duro cada día para ir a trabajar. Ella ni su esposo nunca manejaron un carro, era muy caro, además Shannon temía que era muy lento para reaccionar en estos días. Noviembre se estaba volviendo en un noviembre fangoso, pero Shannon todavía seguía siendo su esposo, su hombre único, el hombre de todos los hombres. Ella incluso le llevaba el periódico cada noche cuando volvía a casa, uno que un cliente por lo general lo dejaría sobre el mostrador, y eso, le hacía feliz a Shannon.



Capítulo Once


El invierno estaba llegando. El invierno estaba en la atmósfera.

(Apuntes del Autor.- Éste es el mismo día en que la historia comienza, al comienzo, en la primera página, donde Shannon y Poggi están mirando en la ventana de la fundición)

Había un frío en el aire, los hombres estaban tan ocupados como las abejas, Poggi estaba por una de las ventanas y Shannon por la otra, “¿Vas a ir a trabajar?” preguntó Poggi.
“¿Todavía estás molesto conmigo por haberte votado de mi carro?” Shannon preguntó—su rata gimiendo desde su bolsillo, talvez estaba muy apretada.
“No, no estoy molesto” dijo Poggi, “¿Cómo te va con Maribel?”
“Creo que ella siente que no puede detenerme a su lado; pero es que ella es como un halcón, siempre a mi lado; ella quiere llevarse a Rata si nos separamos, creo” dijo Shannon.
Poggi, palmeó los hombros de Shannon. Era un signo de que él había entendido ya que la vida tiene sus altibajos. “Hay más peces en el mar”, dijo Poggi.
“Ya, mi madre solía decir eso, ¿tú la conociste a ella?” preguntó Shannon.
“No, por supuesto que no, éste es sólo uno de esos viejos dichos, tú sabes, como lo que ese chino solía decir, Confucio, “Ojos que no ven, corazón que no siente” algo así, etcétera, etcétera, etcétera… tú sabes lo que quiero decir”.
Luego el viento empezó a soplar, un viento frío, y luego, un viento tibio; el clima parecía que no sabía qué quería hacer, nieve derretida y lodo, y hielo derretido, en todas partes, la poca nieve que había en el suelo lucía horriblemente sucia y los zapatos de Shannon entre estos. Luego él se dio cuenta que Maribel estaba viniendo, se la veía borrosa en la calle, a la distancia, pero él podía decir por su forma de caminar que era ella, ella tenía ese contoneo. Maribel esperaba que Shannon estuviera complacido en verla, ella no había estaba segura toda la noche, desde que salió de su trabajo y lo encontró a él durmiendo en el sofá y no había ido a recogerla tampoco.
Shannon estaba fastidiado porque ella se ha convertido en su sombra, o daba la impresión de eso. Ella ahora estaba moviendo sus manos a Shannon en señal de saludo, a media cuadra de él. Poggi todavía estaba mirando la ventana, “Creo que me voy a trabajar, nos vemos adentro” dijo y se fue antes que Maribel, la esposa de Shannon llegara. Maribel se iba acercando.
“Buenos días querido” dijo Maribel, “¿estás yendo a trabajar, o qué?”
“Hola Maribel”, respondió Shannon. Él estaba sentado en el cerco de hierro que estaba debajo de las ventanas. Ella lo miró, estaba cansada y con más arrugas. Él podía darse el lujo de tratarla como quisiera a ella, pero él era cortés, “¿Qué te trae por acá querida?” dijo. De alguna forma, el abandono de su cuarta esposa y su viaje a Erie lo habían vuelto más duro. Su mirada hacia ella era más eclipsada. Más oscuridad si él mostraba que su perfil: su mente estaba casi en lo mismo...
“¿Quisieras que te compre un periódico?” ella preguntó.
“Qué tal si vamos al restaurante, me olvido del trabajo por hoy”, el sugirió.
“Ah!” Ella dijo reluctantemente, y, con lágrimas en sus ojos, ella añadió, “¡Si sólo pudiera renunciar a ese trabajo, tú no tendrías razón de ir allí y verla a ella…!” dijo Maribel. Ella se secó sus mejillas con la manga de su blusa, “Llevaré a Rata si tú quieres” ella sugirió.
Maribel no había salido en toda la mañana y estaba con hambre, pero temía hacérselo saber a Shannon ya que eso le daría un motivo a él para permanecer más tiempo en el restaurante y eso, precisamente, era lo contrario a lo que ella quería.
Tomaron el autobús que los llevaría al centro de la ciudad, a la Calle Siete, donde estaba el restaurante, nunca más agarrándose de las manos, era como si estuvieran casados por cincuenta años. Shannon estaba mirando con atención a Rata pensando que talvez Maribel, llena de celos, trate de agarrarla y escaparse con ella.
Mucha gente ahora sabía sobre Shannon y su mascota Rata, ellos se estaban convirtiendo en un equipo, eran muy conocidos y les caían muy bien a la muchedumbre.
Mientras bajaban del autobús, ellos pisaron un montón de hielo derretido, sus tobillos dentro de la nieve, había hielo y lodo a la antigua moda de deshielo, el deshielo de Minnesota, luego siguieron caminando por un pasadizo estrecho, a poco pasos estaba el restaurante.
Talvez, ésta era la forma en que Shannon caminaba, delante de ella, o muy lejos detrás de ella, o a su costado pero a la distancia, lo que esto fuera le dijo a Maribel que ella tenía muchas arrugas, que ella pronto llegaría a ser parte de la historia, reemplazada en la vida de Shannon, ¡Dios no lo quiera!, ella pensó.
Una vez en el restaurante, Annabelle miró a Shannon, ambos se sonrieron y esto hizo que Maribel supiera que sus días, con el hombre al que ella llamaba su esposo, estaban contados. Incluso el anciano Josh, quien estaba cocinando, los vio a ellos echarse ojitos, o talvez todo esto estaba en su mente y ella se estaba imaginando, pero la verdad tenía que decirse, tú no podías haber convencido a Maribel de lo contrario.


(Si el lector está algo confundido sobre dónde estamos en el cuento, no lo esté, déjame explicarte, y así continuas con el viaje. Estamos al comienzo de la historia— ¿te acuerdas?—cuando Shannon y Poggi estaban mirando por la ventana de la fundición, con toda esa gente ocupada corriendo de aquí para allá; y ahora a este punto vemos que Maribel, quien no está segura de su femineidad para mantener a su esposo a su lado, está un poco temerosa de talvez perder a esa vieja cabra por Annabelle; y, Shannon está a la defensiva por proteger a su rata, en caso de que Maribel trate de secuestrarla. Para serte honesto, si no completamente honesto, no sé cómo ella trata de detener a su esposo, si ella es como su sombra y a mucha gente no le gusta ver sus sombras, pero veremos, como ellos dicen: lector ten cuidado. Por otra parte, queremos que al lector les guste Poggi y Shannon, por eso es que ellos se reconciliaron, y no queremos tener mujeres odiando a Shannon porque él está prestando un poco más de atención a la joven Annabelle, etc. etc. Por eso trataremos que todo salga suave, en la mejor de mis habilidades de todas formas. Sería un alivio para el lector, informarle que obtuve un montón de estas anécdotas de una cantidad de mis experiencias mezcladas en una, creo que no es violación del cuento, también le debemos mucho a la imaginación. En cualquier caso, continuaremos ahora y veremos que está pasando con los personajes que acabo de mencionar. Como la historia comienza, Shannon nunca entro a trabajar a la fundición ese día, sino que fue al restaurante.
Te aseguro, que no es fácil escribir de atrás hacia delante y de alguna forma terminar en el mismo medio, mientras terminas con la historia. Si tienes alguna crítica o consejo, envíamelo y podemos hablar sobre esto. Ahora si tú, mi querido lector, estás listo para dar un oído comprensivo, o un ojo en este caso, estamos en el restaurante y el anciano Josh justo acaba de revisar las cosas, lo que sucederá ahora, realmente no lo sé, si de verdad el lector estuviera acá, él o ella podrían ayudarme, y mi esposa fue a ver al doctor, por eso tengo que poner todo esto yo solo.



El Hombre Difiere de lo que Parece

Parte Cuatro

Capítulo Doce


Poggi Ingway, salió temprano del trabajo como lo habían hecho la mayoría de los trabajadores de la fundición, una tormenta de nieve había venido, todos lo estaban esperando, el invierno estaba aquí y abajo de la calle él caminó para coger el bus e ir al restaurante. El dueño de la fundición había dejado a todos irse temprano, por temor a que lo hicieran responsable por todos los accidentes que pudieran ocurrir en la playa de estacionamiento y en el camino a sus casas. Él era un hombre inteligente, el dueño de la fundición, y suficientemente sabio para saber que la calumnia se sienta en cualquier puerta de un hombre rico, y cuanto más sentada esté, correcta o equivocada, la gente mira, dan miradas malas y eso llega al tribunal también.
Una vez en el restaurante, Annabelle trató de cautivarlo, pero él no estaba nada interesado en ella o en alguna mujer por el momento. Poggi estaba preocupado, por lo general, había algo profundo en su mente, incluso cuando estaba en la tienda de tabaco unas cuantas chicas lo miraban pero él nunca les devolvió la mirada. Él nunca se había casado, y no le importaba ser el vale de comida para alguien, o el amante rico, no a sus cuarenta y nueve años de edad, de todas formas.
Por eso el interés por las mujeres estaba como fuera de él, pero todavía quedaba en él, el amor por los perros. Él salió del restaurante y caminó hacia la Calle Wabasha, sus piernas estaban torcidas por las resbalosas aceras y la nieve que caían sobre él. Finalmente el invierno había llegado y el “Veranillo” ya se había ido hacía varios días atrás. Él miró a las ventanas de las tiendas, a los cines, miró a su cara avejentada, sacó un chicle del bolsillo de su camisa le quitó el papel y se lo metió a la boca.
Poggi vio a un perro corriendo, cruzando la calle, él se detuvo y miró fijamente a éste, el perro también se detuvo, lo miró fijamente también, luego le mostró sus dientes mientras Poggi se acercaba; luego él puso sus manos sobre el perro, su cabeza estaba hacia atrás, pero Poggi se acercó más, entonces el perro empezó a mover la cola, era todo lo que él necesitaba: amor; después de todo, Poggi estaba sólo también.
Poggi empezó a subir hacia la colina Catedral, donde estaba su departamento, una vez allí, él volteó a la izquierda hacia una fila de edificios viejos hechos de ladrillo, todos ellos parecían iguales y estaban siendo usados como departamentos desde comienzos del siglo, ellos también habían construido un montón de iglesias con esa clase de ladrillo o piedra. A su derecha estaba el perro, uno chusco, ahora estaba mirando hacia abajo del cerro, la nieve estaba por caer y ya no se podía ver el restaurante más. Era extraño pero repentinamente este perro mostró algo hermoso, él caminaba al lado de Poggi. Casi unas almas gemelas.
Poggi miró larga y fijamente hacia abajo del cerro, él sabía que Shannon y Maribel, junto con muchos otros trabajadores de la fundición, bebían mucho durante una tormenta de nieve, ellos necesitaban un motivo para estar allí hasta que cerraran los bares, y ésta era una buena excusa. Aunque Shannon estaba feliz, sólo que él no quería un estorbo por esposa, sino más bien una compañera. Hacia el lado izquierdo, lejos del departamento de Poggi, estaban esas torres altas, por donde Shannon vivía, donde ellos fabricaban el piso Robin Hood, él se preguntaba si esos jefes dejaron que los trabajadores fueran a casa temprano. Seguramente que mañana ellos cerrarían las escuelas, si la tormenta seguía toda la noche. El río Mississippi no estaba muy lejos del restaurante, y éste estaba empezando a volverse duro como ladrillos de hielo.
Poggi miró al perrito y se preguntaba si alguna vez éste sería capaz de decirle algo, talvez no, pero sería una buena compañía silenciosa. Poggi no lo sabía, ni le importaba, sólo dejó que el perro lo siguiera a su departamento. Dentro, él lo alimentó y lo bautizó como “Chusco”.
La nieve y la oscuridad se deslizaron sigilosa y lentamente esa noche, Chusco se había quedado dormido en la sala por la calefacción y Poggi también, con una pipa en sus manos aún encendida y un libro sobre sus rodillas titulado “Hombres sin Mujeres” por Hemingway; el perro estaba roncando, en algún lugar en la tierra de nadie. Si Shannon hubiera entrado a su departamento como siempre lo hacía, o hubiera trepado la ventana si él no dejaba la puerta abierta, él hubiera pensado que ellos eran dos condenados al fracaso.
Él estaba soñando, tenía rápido movimiento ocular, talvez estaba soñando de sus jóvenes días en San Francisco, o en las verdaderas o falsas historias que Shannon frecuentemente le contaba a alguien que lo escuchara acerca de su tiempo en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Él le había dicho a Poggi que una vez había estado en la Compañía de Artillería, y otra vez en infantería; talvez él estuvo en ambos.
“Escucha” le dijo Poggi a Chusco, contándole acerca del tiempo en que estuvo en San Francisco, trabajando para Lilly Ann, una tienda de diseño de vestidos, a finales de 1949 y comienzos de 1950. Él tenía que pensar en esto antes de hablar, casi se había olvidado de este tiempo. Sus manos todavía sostenían su pipa, su perro dormitando estaba mirando a su nuevo dueño.
Él se frotó la cara para despertarse más, “nunca me gustó el fútbol, o el béisbol, o el ejército, ningún trabajo duro es para mi perrito; me gustan las cosas agradables, no muy estimulantes, eso es para el viejo Shannon”. Aunque Poggi estaba hablándole al perro en voz alta, su mente estaba en San Francisco y no podía poner su mente en otra cosa. Era difícil de recordar, esto fue hace diecisiete años atrás o algo así. Los episodios de Shannon en el ejército eran diferentes; una vez que él te contaba sus historias tú podías viajar en ellas, hablar sobre ellas, hacerlas más interesantes o más aburridas, dependiendo de su humor. La guerra hizo a mucha gente rica, y morir a mucha gente pobre.
Una vez Shannon le había dicho que había matado a siete hombres, y él no podía creer que esto no lo molestara. Pero Shannon le había dicho, “al tres por ciento de los población no les molesta matar”.
“¿Como es que llegaste a esa cifra?” Poggi le preguntó, y Shannon le dijo textualmente, “Hubo una encuesta que se llevó a cabo después de la guerra, y, cuando le preguntaron si a él le molestaba haber matado a gente durante su tiempo en la guerra y él dijo que no, para nada, ellos le dijeron “Tú eres uno del tres por ciento…”
Chusco se había dormido y Poggi había puesto más pollo por su nariz, esta vez, una pierna con pellejo. Cuando el perro olió el pollo se despertó, “bien”, dijo Poggi, “¿qué te pareció mi historia?”. El perro ladró, creo que era una forma de decir gracias.
“De nada”, dijo Poggi.
Luego Poggi cuidadosamente cargo su pipa, la encendió y se recostó en el sofá, fumando.
Como ya estaba oscureciendo afuera, Poggi empezó a dormitar, la nieve en la ventana empezaba a volverse hielo, las llamaradas dentro del radiador empezaban a expulsar llamas rojas, azules y anaranjadas, chispas; el sonido de la madera en la casa vieja parecía que estaba bostezando. Parecía que no le hacía diferencia a Poggi el que no quisiera tener una mujer, él no quería tomarse el tiempo y el esfuerzo de cortejar a una; sin embargo, allí permaneció una pregunta en su mente sobre el asunto, no era tan importante, a él le gustaba su perro: como Shannon que al final de todas las cosas, le gustaba más su rata y aún más que la rata le gustaban los maizales.



Capítulo Trece


Era sábado por la mañana y afuera la nieve estaba tan alta como un metro de altura; todo estaba congelado. Poggi y su perro, Chusco, caminaban silenciosamente por la calle hacia el río cuando se encontraron con Maribel, Shannon y su rata; los tres empezaron a caminar juntos, pisando delgadas capas de hielo, casi resbalándose aquí y allá, levantando sus pies bien alto para caminar, el camino al río era difícil.
El río ahora se había congelado encima; desde un extremo al otro, el puente “Roberto” estaba lleno de carros, vehículos moviéndose a dos kilómetros por hora, todos tratando de llegar a algún lugar, comprando, visitando o sólo conduciendo alrededor de la ciudad para hacer algo, para salir de la casa apretada, para estirar los pies y mirar la vida en movimiento.
“¡Veo que tienes un perrito crespo allí! Shannon dijo a Poggi, “esto mejora en algo tu compostura” La rata de Shannon estaba echando una mirada al perro, el perro mostraba sus dientes y Rata estaba silbando.
A lo largo de las calles frías ellos dieron un paseo.
“Imagino que el anciano Josh tiene algunos huevos sancochados en el restaurante” dijo Poggi.
“No, tú tienes que ir a un bar por ellos”.
“Sólo una pregunta”, dijo Poggi.
“Vamos, continuemos yendo”.
Poggi estaba haciendo alboroto sobre los pies de su perro que estaban enfriándose, luego él se dio cuenta que en un taxi que pasaba, Jake estaba dentro, dirigiéndose hacia el restaurante (él usualmente tomaba taxis, a veces Josh lo llevaba a su casa, ya que él era ciego). A lo largo del camino, muchos árboles que habían formado parte del paisaje estaban siendo sacados de raíz para ensanchar las calles y hacer una autopista a través de la ciudad, vía puentes. Las viejas casas y edificios estaban siendo derruidos, había paredes rotas y desmonte esperando ser retirado. Detrás de ellos estaba la Catedral de San Pablo; y hacia el lado occidental, el Congreso Estatal de un blanco marfil, con sus caballos dorados y brillantes encima cerca de su domo, como en la catedral en Venecia en la Plaza San Marcos con sus antiguos caballos romanos de bronce; las dos estructuras estaban altas contra el cielo como si estuvieran listas para tapar el sol, y dejar a los árboles y todo volverse en sombras.
“¿Quieres jugar billar?” Shannon le preguntó a Poggi.
“¿Dónde?” él preguntó
“Abajo entre la calle Siete y la calle Roberto, no…no, abajo entre la calle Cuatro y la calle Jackson”, respondió Shannon.
La nieve estaba dura, congelada como teflón, o plástico duro. Maribel caminaba entre ellos, al medio de los dos hombres, hacia la calle Jackson.
Poggi abrió la puerta del bar para los otros dos y todos ellos entraron, había tres mesas de billar al final del bar hacia el lado izquierdo. Estaba oscuro a lo largo de la barra del bar, pero todo prendido, sobre las mesas de billar. Poggi le seguía a Shannon. Nadie estaba jugando, era temprano en la mañana y los borrachos usuales estaban en el bar, pero nadie jugando billar.
A lo largo de la mesa de billar había escupidores. El bar era antiguo, había un olor a moho en éste, un nauseabundo olor a cerveza, pero era tibio, muy tibio.
Maribel notó un periódico sobre una silla, el cual ello lo recogió, en caso que Shannon quisiera leerlo. El perro de Poggi estaba sentado tranquilamente cerca de Maribel quien estaba sentada en la silla donde había encontrado el periódico. Tres borrachos estaban parados por la barra, con sus bancas a sus costados—para usarlos cuando se sintieran cansados de estar parados, sus codos descansaban sobre la barra de madera, el camarero hizo sonar sus dedos llamando a la mesera. “Ve qué es lo que van a beber” dijo.
“¿Dónde está tu licor?” Shannon gritó al camarero.
“Debería estar allí a menos que alguien se lo llevó a casa pensando que éste era… bueno olvídate… si no está allí, entonces es mala suerte”.
“Vamos y sentémonos en esa mesa de allá y tomemos algo”, dijo Shannon, Poggi respondió, “seguro”.
“Voy a chequear si está en las otras mesas lo que busca señor” dijo el camarero disculpándose.
La mesera era tan lenta como la melaza, por eso Shannon se paró y fue a la barra a recoger las bebidas, él miraba arriba y abajo del bar para ver si habían huevos sancochados en botellas de vidrio, usualmente ellos los vendían en esos envases, pero él no vio ninguno.
“Dámelo”, él le dijo a la mesera, ella tenía las tres cervezas en una bandeja.
“Bien”, dijo ella, la cabeza de la rata salió, “una rata” gritó la mesera, y el camarero vino corriendo, “¿qué?” dijo.
“Él tiene una rata en su bolsillo”, ella remarcó. Y el camarero alto y negro rompió en una risita.
“¿Y ahora de qué te ríes?” preguntó la mesera.
El camarero negro rompió en una inolvidable risa.
“Yo sabía que era una rata, pero dije, no puede ser, pero seguro que sí es, ¿cuál es su nombre?”
“Rata”, gritó Maribel.
“Muy interesante”, dijo el negro, “ésta tiene una cabeza gorda, seguro que sí”.
“Todos ustedes ¿quieren cecina para alimentar a esa cosa?” y empezó a reírse de nuevo con esa aguda risa inolvidable, y Shannon también se reía, y Maribel y el resto también se reían, menos la mesera.
“Es muy atrevido de parte de usted traer a esa rata viva aquí señor”, dijo el camarero.
“No es nada”, dijo Shannon, “tú harías lo mismo si fuera tu mascota, ¿verdad?” y el negro sólo rompió a reír de nuevo, “calculo que sí” él comentó, “pero no creo que la señorita Hathaway entienda su preocupación decente sobre su mascota, es mejor que todos ustedes terminen con su bebida y se vayan antes que mi jefa venga y me despida en el acto”.
Como Shannon y Poggi estaban terminando con sus bebidas, el camarero de mediana edad ahora detrás de las barras, rompió a reír en una risa oscura, una risa incontrolable, “apriétame, si no lo he visto todo ahora” el dijo en voz alta. Luego se calmó, se secó las lágrimas de su cara, estaba sudando por su frente, él se había reído tanto que tuvo un momento de tos, “usted es un excéntrico” le dijo a Shannon.
“Y tú eres un muchacho de buen corazón, si no lo digo, y si lo digo”, dijo Shannon.
“Lo siento muchachos”, dijo la mesera, “pero no puedo ver nada chistoso en esto” y movió su cabeza de atrás para adelante. Pero por supuesto, no sería tan chistoso si ella hubiera aceptado la situación como normal, ella había creado la risa del camarero y parte del resto de las otras risas.
Luego de repente las puertas del bar se abrieron y dos matones, con máscaras negras, un tipo de máscaras de lana para esquiar, ambos con escopetas sujetadas fuertemente, dijeron ((mirando a Shannon y Poggi, luego hacia a la barra) (Poggi agarrándose su estómago)).
“Todos ustedes tírense al piso, cubran sus cabezas con sus manos; no voy a repetir”.
Los tres vagabundos en el bar se tiraron sobre sus estómagos, cubrieron sus cabezas, como Shannon, Poggi y Maribel lo hicieron. Uno de los ladrones estaba en una esquina del bar para mirar todo. El otro de los ladrones dijo, “negro, abre la caja, o disparo tu cabeza fuera de tu cuello”.
Shannon no podía contenerse y empezó a reír. Poggi lo miró, vio la cara blanca de Shannon riéndose y él se rió también, “¿Qué hay en la bodega? yo sé que ustedes tienen una acá”, preguntó el ladrón al camarero, después de haber agarrado trescientos dólares de la caja de seguridad, esperando robar más. El otro ladrón, llevó su pistola a la altura del cuello de Poggi, “¿Qué es tan gracioso?” preguntó.
“Él” dijo Poggi apuntando a Shannon.
“Y entonces señor, dígame usted qué es tan gracioso”, ahora le hablaba a Shannon.
Hubo un sonido de sirenas acercándose más y más, “Olvídate de la bodega, sólo coge esa botella de whisky y salgamos de acá”, gritó el ladrón que tenía su pistola apuntando a Poggi.


Anotaciones del Autor para el Lector

En caso de que talvez esto sea de interés para el lector. Después de que mi esposa regresó del doctor hoy, preocupada sobre osteoporosis, estaba complacido de afirmar que había desarrollado lo que necesitaba escribir en la historia, escribir la parte del medio del libro, que es lo que está al comienzo de éste, llevándolo esto ahora al medio del libro; todavía estaba sentado por mi computadora de la misma forma como ella me había dejado, muchas horas atrás. Rosa comentó al respecto, “ah, como la película que vimos ‘Siete Almas’”; lo que yo nunca había pensado durante mis momentos de escribir este libro. Yo comenté “Supongo” tratando de recordar cómo fue “Siete Almas”. Luego perdí mi concentración y fuimos a almorzar, tallarines en salsa de carne y queso, y jugo de toronja. Luego volví a la computadora para escribir esto, y consecuentemente escribí este apunte para el lector, pensando todo el tiempo, tengo que volver adónde lo he dejado, que era donde Poggi y su perro dormitando en algún lugar atrás cuando era más joven. Pero ella estaba sorprendida que yo pudiera escribir tal clase de escena en retroceso, sino compleja escena.

Post Data. —Es ahora cuando voy a tratar de poner todo dentro de un gran conglomerado, haciendo de esto una valiosa lectura desde la primera página a la última. Estoy seguro que tú estás diciendo la misma cosa, “Por favor, hazlo”. Como ya puedes saber, la mayoría de los personajes son sacados de personas verdaderas que he conocido; así una vez un editor dijo, “Dennis siempre se pone él mismo dentro de las historias” qué exacto es él, me refiero a Benjamín Szumskyj, de Australia. El autor, personalmente sólo entra dentro de la historia en estos pequeños apuntes, por eso calculo, señor o señora lectora, créanme, esto significa el mejor de los espíritus y amistad, para que tú tengas una buena historia desde el comienzo al fin, sólo esto, en este caso, poniendo el comienzo en el medio y el medio en el comienzo, ocurrió antes de que yo pudiera hacer algo sobre esto, pero esto salió bien. La verdad, talvez nunca lo intente de nuevo.



Una Era
Que Nunca Pasó

Parte Cinco

Capítulo Catorce


Poggi Ingway, estaba caminando hacia el centro de la ciudad de San Pablo, a lo largo de la rivera del río, era Nochebuena, había todavía un poco de luz afuera, estaba haciendo frío, era una noche fría. Él miraba a todos los adornos navideños a través de la ciudad, su perro estaba con él.
¿A dónde él iría? ¿Qué podría hacer? ¿Qué quedaba en la vida para él? ¿Su perro, su departamento, su trabajo, su único amigo, verdadero amigo, Shannon? Él miraba abajo hacia el río helado, le dijo a su perro, “Chusco, ¿a dónde deberíamos ir?”
Bueno, el perro no sabía nada más que lo que Poggi sabía, y claramente, la caminata lo había dejado algo cansado. Él miró alrededor, sabía que muchas de estas personas estaban fuera de sus trabajos, talvez comprando algo, continuando sin cesar con sus vidas, como usualmente lo hacían. Él sabía acerca de esta parte de la vida, que continuaba sin cesar, en ninguna parte es donde esto terminaba. Cada lugar que él miraba era el mismo viejo lugar donde él había estado miles de veces antes, él estaba marchándose o volviendo a éstos, a estos mismos viejos lugares, lugares que él acababa de dejar. Esto era la vida.
“Chusco” él dijo, “esto es por lo que mi amigo Shannon peleó en la guerra, si, de verdad, para que personas como yo, y perros como tú, puedan caminar un día por la rivera del río y mirar al río frío, y tratar de calcular qué harán después; él iba a morir por ese derecho”. Las luces del arco se encendieron, él miró a éstas, pensando y preguntándose y contemplando.
Él miró y miró y no sabía qué decir, talvez porque no había nada que decir.
“Habla perro, habla” él dijo, “¿Qué me harías hacer?”
Poggi estaba cansado, los feriados lo volvían triste y más cansado, tan cansado, pero aún así el recogió a Chusco, lo cogió en sus brazos fuertemente, mirando al pasamano que conducía al río.
Había un montón de problemas desarrollándose en el país, los negros estaban protestando, una guerra en Vietnam que aumentaba, y los reclutas iban quemando sus tarjetas de reclutas; hippies por todos sitios fumando marihuana; ¿a dónde estaba conduciendo todo esto? Una pregunta retroactiva talvez, pero ¿valía la pena todo esto?
Él lamentaba que no podía escribir poemas, como ese poeta que vivía en Minnesota, Roberto Bly, talvez entonces él no estaría tan triste. Un poema feliz, uno sobre la naturaleza, lo animaría. Él sabía que a Bly le gustaban los maizales justo como a Shannon, aunque Shannon los usaba como su escondite. San Francisco, ah sí, el buen Frisco, sería bueno visitarlo de nuevo, ¿por qué no? Poggi seguía caminando a lo largo del pasamano del puente, agarrando a su perro, pensando. Luego él se dio la media vuelta, lo había pensado de nuevo y caminó hacia el restaurante.



Apunte del Autor para el Lector

Era a este punto, o un poco antes, mi querido lector, que Rosa, mi esposa me preguntó por cuarta vez, “¿todavía no terminas con esa historia?” queriendo leerlo; yo había estado trabajando en ésta desde la mañana hasta la noche. Ayer habíamos tenido visita, alguien vino a la casa y quería conocerme pues yo había acabado de dar una conferencia acerca de un libro que escribí sobre Juan Parra del Riego (un poeta que ahora está muerto por cerca de ochenta años) y por eso le di una foto autografiada y ella estaba muy complacida. Pero el punto que quería resaltar es: cuando alguien está escribiendo un libro o cuento, o incluso un poema, estas cosas suceden, a pesar de que ellas no se muestran en la historia o cuento. Las interrupciones pueden causar que el escritor deje todo para atender a otros asuntos, luego volver a donde estaba. Por eso si esta parte no es muy interesante como el resto, talvez sea por eso. Pero es el riesgo que uno tiene que tomar, interrupciones por un momento. Mark Twain tenía su pequeña cabaña a donde corría cuando quería escribir, un poco alejada de su casa; Hemingway, en Cuba, un pequeño departamento; Scott Fitzgerald, quien es de mi ciudad natal, San Pablo, se escondía en su cuarto, en su casa ubicada en la calle Cumbre. Yo, soy lo contrario, estoy casi en el medio de la casa, no hay lugar para esconderse, no lugar para escaparse.



Capítulo Quince


Era cerca de la medianoche del treinta y uno de enero, la noche del Año Nuevo; y el Año Nuevo estaba sólo a una hora. Dentro del restaurante Poggi estaba sentado en una banca por el mostrador, hablando con el anciano Josh, el cocinero negro. Silenciosa y rápidamente a través de la puerta vino Maribel, Shannon estaba con Annabelle, sentados en una mesa al final del mostrador. El joven guitarrista, que usualmente se sentaba al final del lado opuesto del mostrador, Jake, estaba sentado cerca de una pareja joven; el joven, gritó (después de haber visto a Maribel, antes de que siquiera pasara por la puerta) “¡Miren! Está desnuda” y empezó a reírse.
Un cliente gritó, “Sáquenla de aquí”. Ella fue enérgicamente expulsada, entonces todos oyeron el sonido de las latas, que estaban a lo largo del restaurante, cayéndose, ella estaba borracha y olía a cerveza, apestaba como un zorrino; y Shannon que estaba con Annabelle sobrio, sólo movió su cabeza de derecha a izquierda. Poggi miró a Shannon, y luego afuera a la esposa de Shannon, “Seguro que él puede recogerlos” dijo en voz muy baja y luego miró a su perro que estaba tranquilamente por su costado, los otros diez clientes estaban de alguna forma sacudidos. El guitarrista empezó a tocar sus melodías de Rick Nelson.
“Buen Dios” dijo Josh dirigiendo su afirmación a Shannon, “¿No puedes vestirla a ella?” Y todos empezaron a reír. Había un signo de terror en sus ojos, como si estuviera eludiendo la vergüenza; como si una batalla estaba por empezar, él borró de su memoria ese incidente.
Poggi ya no estaba escuchando a Josh y la policía se había llevado a Maribel en un patrullero. Algo le sucedió a Poggi justo entonces, él le dijo a Josh, “Estaba por suicidarme una semana atrás, algo se partió dentro de mi, me sentí perdido, como Maribel supongo, como Shannon quien necesita a Annabelle ahora, como Annabelle quien necesita capturar al hombre de otra mujer, ¿estamos todos en el camino de autodestrucción?
“No lo sé Poggi, yo sólo cocino como siempre lo hago” dijo Josh. Y se fue detrás del mostrador para preparar una hamburguesa, él estaba acostumbrado a la vida simple, a formas simples, todo esto era muy complicado para él, o talvez muy ridículo.
Poggi se quedó pensando en el tiempo cuando estaba en San Francisco, cuando conoció a una chica de cabellos rojos, él estaba convencido de que ella era una estrella de cine, aunque nunca lo supo por seguro, pero ella lucía así de todas formas. Él se había enamorado perdidamente de ella, recordó que habían subido a una colina y se habían tirado juntos en el pasto, y él se había quedado dormido. Cuando despertó ella había desaparecido y él se había intoxicado con el roble por haber estado echado en el pasto y la mala hierba, esta intoxicación le duró por dos semanas, él lo tenía en su cara, sus labios, en todas partes, la gente pensaba que él tenía sífilis, él se tuvo que esconder en el cuarto de un hotel. Poggi nunca pudo encontrar a esa chica de nuevo, y de alguna forma nunca la pudo reemplazar. Hoy día, él había visto a una mujer desnuda, una mirada rápida de ella en todo caso; él sentía que había perdido bastante belleza entre entonces y ahora, él no era el único que había sufrido, haciendo cosas tontas. Las cosas iban a cambiar.
Poggi miró alrededor, todos estaban hablando, hablando, hablando, o escuchando; el muchacho, Jake, estaba tocando tranquilamente en la esquina una canción de Rick Nelson “Hombre Viajero”; el cocinero estaba preparando una hamburguesa; y Poggi sabía ahora, que Maribel no podría detener a Shannon a su lado, y a la larga, Shannon no podría detener a su lado a Annabelle; pero no es ésta como siempre las cosas son, uno amando más que el otro, y quién sabe qué sigue.
Repentinamente él se paró de su banca y antes de la medianoche, salió del restaurante con su perro Chusco, pensó que ésta sería una larga caminata relajante y húmeda; y, para el tiempo en que llegara a casa él estaría con hambre y Chusco también; la casa estaría fría y cuando él prendiera la calefacción ésta lo calentaría hasta sus huesos, esto sería mejor que todos los griteríos y saltos arriba y abajo en el restaurante, para celebrar el Año Nuevo, en el planeta tierra.



Capítulo Dieciséis


Unas cuantas personas más abandonaron el restaurante, Shannon y Annabelle, permanecían sentados, tomando; él sabía que todo había terminado entre Maribel y él, habían sólo cinco clientes, más el cocinero. Estos seis se miraron unos al otro, hablaron entre ellos, bebieron de sus botellas de vodka y ron escondidos dentro de sus chaquetas y abrigos cerrados.
En realidad Maribel había sido llevada a su casa, la policía sintió lástima por ella y ella no buscó más pretextos para pensar que podía detener a Shannon a su lado. Ella arregló su cuerpo tembloroso, prendió la calefacción y se puso algunas ropas.
Ella escribió una nota, “Querido Shannon”, sus manos temblaban, “estaré en el Hotel San Pablo, si quieres que vuelva a casa, por favor llámame, si no, me estoy yendo a San Francisco. Tuya sinceramente”.
Shannon miró hacia atrás a la ventana del restaurante.
“¿No vienes conmigo a casa Shannon?” dijo Annabelle.
“Si”, él dijo, “Realmente me da lo mismo, pero iré, ¡porqué no!”
Annabelle dejó caer su cabeza, “Ah Shannon”, ella dijo, sabiendo que tenía la respuesta que quería, ella lo había ganado a él sobre su esposa. Todo estaba terminado para Maribel, ella estaba llorando en su cuarto del hotel.
Annabelle se sentó, ella tenía un pedido, ella estaba por pedir algo, sólo una cosa, talvez él podría rechazarla pero ella estaba ahora dispuesta a tomar ese riesgo.
“Shannon”, ella dijo con una voz suave y calmada.
“¿Qué es esto?” Shannon preguntó; él había visto que había intenciones en su cara y esto lo disturbaba.
“¿Puedes deshacerte de esa rata e irnos a Paris, o a San Francisco, o talvez a Sudamérica? Tú tienes esos ocho mil dólares todavía, ¿cierto?”
“Seguro que lo tengo” dijo Shannon.
“Gracias”, dijo ella cortésmente a Shannon.
La rata debió haber sentido algo, saltó fuera del bolsillo de Shannon y se escapó, abajo al sótano del restaurante y desapareció. A él le parecía que había perdido a un gran amigo.
“¿Estas apenado porque la rata se escapó?” preguntó Annabelle.
“No importa”, él dijo.
“Bueno, qué interesa, vamos a mi casa” dijo Annabelle.
“Esa no es mi idea de pasar buen tiempo” dijo Shannon, “pero me imagino que dará lo mismo”
“Haremos el amor” ella dijo.
“No molestes, estoy satisfecho con ello o sin ello”, dijo Shannon.
Sus ojos se abrieron sin saber qué decir; su cuerpo era normalmente su arma en todas sus victorias. “Realmente te amo Shannon”, ella dijo sinceramente.
“¿Nos embriagaremos en los maizales en el verano?” él preguntó.
Ella le repitió la frase: “Te amo, realmente te amo, si, te amo, sinceramente te amo. Pero de alguna forma eso no era todo para Shannon. Era como una farsita, vacía, como una lata de frijoles vacía.
Mentalmente él vio los maizales y a su ex – esposa, a la que realmente amaba, pensó que la amaba, la que silenciosamente lo había abandonado. Ella lo amaba, ella era su mujer. Ellos tomaban juntos en los maizales, como lagartos nadaban juntos en los pantanos.
Él sabía, de alguna forma lo sabía, que Maribel e incluso Annabelle no serían nunca suficientes. Pero ellas lo eran por el momento. Él siempre se apartaría lejos, él lo sabía; él simplemente amaba esos maizales.




Capítulo Diecisiete


Es verano ahora en Minnesota y los maizales están altos, los trenes pasan cerca a los corrales justo afuera de la ciudad. Maribel está en San Francisco, ella está saliendo con alguien. Poggi está caminando con su perro a lo largo del río Mississippi. El anciano Josh está cocinando en el restaurante. Jake está esperando en su pequeño departamento por el taxi, practicando “Es tarde” para tocar esta noche en el restaurante. El capataz de la fundición está tomando medicinas para la depresión, él ahora está trabajando menos horas. El camarero negro, nunca supe su nombre, la última vez que lo escuché estaba riendo tan fuerte que le dio hernia, aún está riéndose sobre esto en el hospital (supongo que es difícil de cambiar). Shannon O’Day justo acaba de sacarse sus ropas, él está en los maizales, mirando a los cuervos, él tiene una botella de vino tinto, una caja de seis cervezas y una botella de ron, él puede oír el sonido del tren llegando. Él tiró sus zapatos, Annabelle está a su costado, ellos ya fueron a Paris y ella está muy feliz como una flor cucarda en pleno brote, ellos han permanecido allí todos los días, algunas veces desde la mañana hasta la caída de la noche, hasta que la luna ilumine, bebiendo, ella se deshizo de sus prendas, ambos se sienten libres como pájaros; el anciano Shannon, ahora su compañero y ella es su nueva compañera (él se había dicho a si mismo que ya no necesitaba una esposa sino que era mejor tener una compañera). Ambos examinaban las botellas, se miraban entre ellos y luego al cielo. Ella ahora se viste elegante, los tiempos han cambiado. Una rata acaba de aparecer, se paró y echó una mirada larga luego se fue, luego un tren de pequeñas ratas se unió a la rata grande. “Creo que era Rata” dijo Shannon a Annabelle y ellos empezaron a reírse tanto hasta cogerse el estómago. Mientras se recostaban, el aire parecía haber suavizado los humores. El aire tibio estaba soplando en todo alrededor de ellos, los labios de Annabelle estaban húmedos; Shannon sabía lo que quería todo el tiempo y lo había obtenido.


Los Maizales, el Bosque y los Prados


El choclo había madurado y más allá de los maizales había praderas llenas de amapolas. Todo tenía un tinte verde o amarillento y los pocos árboles que estaban alrededor de la hacienda florecían también. El riachuelo que corría a través de los prados desde la hacienda hasta las colinas boscosas era fresco y limpio, extendiéndose más profundo en el bosque como una avenida con grupos de pinos, hayas y roble. El sol se sentía caliente y había arena en el cuerpo de Shannon, él había puesto su sombrero de paja sobre sus ojos para evitar los rayos del sol. Luego él se inclinó hacia delante y hacia arriba como si por intuición.
“Vamos” dijo Shannon, “¿qué hay en tu mente?” Annabelle parecía casi tímida.
“Estoy muy complacida de haberte conocido” dijo ella, “Maribel y los otros hablaban mucho de ti en el restaurante. Fue muy bonito el viaje a Paris, y la gente era muy alegre, los americanos que conocimos, de todas formas, y me gustó nuestro pequeño cuarto acogedor. Es todo, sólo estoy muy feliz y creo que quería decírtelo, y no estaba segura cómo y cuándo.
Shannon no hizo comentarios sobre el buen tiempo en Paris. Parecería que iba a decir algo y luego se olvidó lo que iba a decir. Sus ojos estaban en paz y un poco apagados, contento, como las campanas de hierro de la iglesia en descanso.
Hacía calor pero los maizales estaban frescos y tenían un olor de media mañana, y todo esto era tan placentero, tirarse allí encima de una manta india, sentir la brisa, mientras que el sol quemaba sus colores amarillos dentro de los tallos de choclos.
Si dependía de Shannon, él nunca hubiera dejado estos campos en primer lugar, no los quería dejar ahora, y él sabía que sólo quedaban sólo unos cuantos veranos.



Consejo de Annabelle

¡La única fuente alrededor de pretensión es la verdad!

Shannon miró al cielo, su amante joven lo miró a él, “¿Qué es la vida? Ella le preguntó a Shannon.
“Cómo lo voy a saber” dijo él, “Sólo sé que todos están tratando de ser respetables, mientras te roban”
Él sabía que ella no podía aprender esto en los maizales con él, no más que un torero pudiera aprender a ser un matador mirando la televisión, o leyendo un libro, tú tienes que involucrarte tú mismo en cualquier parte de la vida que quieres.
“Sí querida, he estado en muchos sitios, tantos. Bebe tu vino o cerveza y esté contenta”, dijo Shannon, añadiendo después de una pausa, “ésta realmente es una conversación aburrida”
“¿Qué tal algo del ron?” preguntó Annabelle.
“Ya, dame la botella”, ella se lo pasó y el bebió directamente de la botella.
“Bien, bien, voy a alegrar tu futuro para ti”, dijo él, al notar que el vaso de Annabelle estaba vacío él lo llenó hasta la mitad con ron, “Sólo tírate tranquila y pensaré en algo muy malo, es mejor para ti oír ese lado de la vida”.
“Si, eso te he preguntado” estoy lista para el grande mundo corrupto. Ella sacó una cajetilla de cigarrillos y le ofreció a Shannon uno, pero el declinó.
“Sé que las cosas cambian y no me importa; ha cambiado para mi, muchas veces. Dejémoslo que cambie de nuevo y éste lo hará. Yo me iré antes que tú y tú cambiaras también, antes que el fin del mundo venga. Aquellos caminos largos de grava que solía caminar cuando era niño, todavía están y estarán allí después de mucho tiempo de haberme ido, éste no hace diferencias. “He visto a éstas venir e irse, cosas que tú sabes y no sabes; aprendí que no puedo salvar al mundo, por eso dejémoslo a aquellos que sí pueden, si tú tienes la oportunidad de ver, hazlo, mientras todavía estas entera. La cosa que le dije a mi hija que haga es simple: trabaja y aprende, esto te hará las cosas fáciles, vivirás más. Todos tenemos una historia para un libro, pero nosotros somos más que un libro”.
“¿Qué estas haciendo allí?” preguntó Annabelle, él estaba garabateando algo con un lápiz en un viejo sobre.
“Sólo un poema” él dijo, y luego se tiró hacia atrás, como si se hubiera desmayado.

El Sobre:

Mujer
Por Shannon O’Day

Ella es la araña, no la mosca—
Ella tiene ojos de gato, no yo—
Ella es como una serpiente en la noche,
¡Cuidado, cuidado con su situación apremiante!
Ella es la araña, no la mosca
algo, algo…
(¡no yo!)

Nro. 2580 (24-Marzo-2009)


Shannon estaba hablando en sueños, más como murmurando, primero incoherencias, luego Annabelle se agachó para escuchar más claramente qué estaba diciendo él, o tratar de escuchar, él estaba en un profundo sueño, un viento tibio estaba soplando, ella sabía lo que él quería, un extraño movimiento, añoranza estaba en el aire, esto le dijo a ella, lo confirmó tan claro como las nubes en el cielo cerca del sol que estaban listas para opacarlo, listas para cubrirlo; en sus palabras, en su cara, el verano al menos estaba aquí—él no quería dejarlos, él estaba hablando con alguien, con su madre talvez, caminando suavemente con ella a lo largo de un camino iluminado en su profundo sueño despierto—un sueño más como un crepúsculo, cogido entre la noche y el día; los ojos y oídos de Annabelle, intensos, no perdiéndose ni una palabra, o expresión; una lágrima de sus ojos rodaron por sus mejillas, “él piensa que soy una elegante”. Salía un murmullo de la garganta de Shannon, luego las palabras, “me siento como un viejo reloj, mamá…fuera de tiempo, un viejo reloj, muy cansado para vivir. Estoy complacido que la muerte tiene un trabajo, tomarnos a todos nosotros, gente vieja y cansada, fuera de la vida. Pero sigo haciendo tictac, tictac, un poco más lento ahora, mis partes están gastadas, lo siento decir, nunca doy la hora exacta ahora, no más. Soy una pieza grande de chatarra, para el chatarrero, soy sólo el sueño de un chatarrero. Siento que tengo algunos brazos alrededor mío mamá, ellos son tibios—creo que es la muerte”. (Él gruñe de nuevo)


Antes del Sueño

En ese mismo momento Annabelle dejó de llorar, ella oyó un sonido, un sonido casi como un zumbido, sonido de metal rozando metal, de un tren viniendo, esto removió inquietamente sus interiores. Shannon todavía no despertaba, pero él tenía movimientos oculares rápidos, era como si él estuviera medio dormido, como si casi podía oírla a ella y al tren, luego se oyeron arriba el ruido de los cuervos, el aleteo de alas encima de su cabeza y su llegada lenta y más lenta—como si para escudriñar, para ver; el sonido de las alas aumentó y aumentó, éste estaba tan alto, que los ojos de Shannon se abrieron, como si por un impulso eléctrico automático, luego los cerró (Shannon vio a Annabelle como un bulto encima de su cabeza por ese instante, ella estaba arrodillada a lo largo de su pierna, joven, escultural y bonita; y ella había derramado algunas lágrimas por él, sus mejillas estaban mojadas, era muy amable de parte de ella, él pensó)


Más que un Sueño

Era como si Shannon estaba rodeado por los confinamientos de una gran catedral. Ésta era resplandeciente y brillante, el sol estaba brillando arriba, como si fuera un enorme e imponente pilar alto desde el centro de la catedral que iba subiendo hacia el cielo, dentro del cielo y más allá; la tierra y los choclos eran el olor del incienso; y los maizales eran toda la gente rezando. En todo alrededor suyo había una gran ventana y allí él se arrodillo y rezó; reuniendo a todos sus amigos juntos—mientras él estaba rezando—moviéndose profundo y más profundo dentro de un cercano sueño de muerte, él pensó: “¿por qué más puedo rezar?” (¿Talvez más dinero, o más días sobre la tierra?, la respuesta hubiera sido no a ambas preguntas, estoy seguro. ¿Talvez arrepentimiento? indudablemente que esto hubiera navegado en él como un águila muerta, de haber sido notado ligeramente). Todo este tiempo él estaba arrodillado con su frente en el respaldar de la banca frente a él. Un poco vergonzoso que él era un mal cristiano—pero qué podría hacer él sobre esto ahora. Luego su mente se hundió profundo y más profundamente en los maizales, el sol estaba calentando su piel. Repentinamente él salió de la catedral y cruzó sobre algo como si fuera un puente—entre aquí y allá.
Annabelle lo sacudió, trató de despertarlo (sus lágrimas corrían por sus mejillas como una riada) ella lo llamó por su nombre ¡“Shannon, Shannon, tú no estás respirando, despierta…por favor, despierta!” pero ella no podía despertarlo, él estaba inalcanzable, él no quería ser despertado, o eso parecía, y él no estaba respirando.



Café en la Distancia

Annabelle pensó por un Segundo, solo un milisegundo: “Talvez Shannon no esté dormido. Quizá él se está haciendo al dormido pensando en mi”. Ella lo miró a él por largo rato, “Mi dulce amor” ella dijo con una voz suave, “Buenas noches, espero que duermas bien”. Ella miró más de cerca, casi nariz con nariz, en una incredulidad de reproche. ¿Podría él estar realmente muerto? Ella no había visto a un hombre muerto antes, “Por supuesto que estoy aquí, no voy a ningún lugar. Voy a volver cuando tú quieras”. Ella sabía que a él le gustaba oír eso, le gustaba oír esa afirmación de unirse a él en los maizales cuando él deseara. En el crepúsculo todavía ella estaba allí. Todo estaba sin movimiento, algunas gallinas y patos pasaron por allí, como si estuvieran revisando algunas cosas y luego rápidamente volvieron a la hacienda por seguridad; una mujer en la hacienda caminaba dentro mirando afuera hacia los maizales, luego tú podías oír el sonido del cerrar de las ventanas. Las gallinas ahora estaban debajo de un viejo vagón, los patos corrieron al filo de una charca, que era llenada de agua con un tubo subterráneo, que conducía al riachuelo.
Ella sabía tenía que apurarse y volver a la ciudad, para decirle a Poggi, él sabría qué hacer. Ella miró hacia la carretera y su estómago empezó a hacer sonidos, ella estaba con mucha hambre. Ella miró de nuevo a la carretera y luego se paró, “debe de haber un café en ese camino”, dijo en voz alta, ahora parada al filo de ésta. Justo entonces luces de neón aparecieron en un aviso, “Café”, se leía. Ella empezó a caminar hacia éste, miró atrás hacia los maizales, tú ya no podías ver a Shannon, un color gris oscuro cubrió esa área, y ésta, era la última vez que ella miraría atrás.
Shannon había aprendido muchas cosas en la vida, de muchas formas, a través de la lectura, experimentando, tomando riesgos, invirtiendo dinero, y ganando o perdiendo en el proceso, él siempre decía: ese era el costo por aprender. La persona que estaba inmóvil no era ni caliente ni fría, no era buena para nada. Si algo había, era que Annabelle había aprendido esto de él y lo aprendió muy bien, ella sabía que en cinco años, como él se lo había dicho, ella no estaría pensando como lo estaba haciendo ahora, “todos cambian” él le había dicho a ella. Ella se detuvo en el café y comió una hamburguesa con una botella de cerveza y le dio al viejo Shannon, un último “¡Bravo!”

Fin


Anotaciones Finales del Autor para el Lector


Muy bien, la historia ha llegado a su fin y la vida continuará desde acá, ésta siempre lo hace ¿cierto? Me tomó tres días para escribir el bosquejo (doce horas cada día) y un total de siete días para editarlo y revisarlo, siendo en total diez días. Pero tú te estarás preguntando qué es verdad y qué es ficción, o dónde o en qué partes están o cuál es pura imaginación, etc. etc. Si es así valió la pena el esfuerzo, ahora déjame aclarar para aquellos lectores curiosos unos cuantos puntos.

El autor tenía una casa en la Calle Albemarle en San Pablo, Minnesota en Estados Unidos, que estaba cerca de la Compañía Eléctrica, que es lo que el autor escribe. El autor también viajó a Erie, Pennsylvania en Estados Unidos.

La escena del robo fue una experiencia que el autor tuvo mientras estaba en Minnesota en una bar llamado Bram en los comienzos del año 1970, también él adquirió veneno del roble cuando estaba en un cerro de San Francisco y conoció a una chica que parecía una estrella de cine con cabellos de color rojo, un encuentro muy corto.

La rata, más que una mascota, era una peste que él tuvo en Lima, Perú, en su jardín, que de alguna forma entra en la historia; realmente ésta todas las mañanas sacaba su cabeza por el hueco para mirar al autor, sin miedo, y su esposa Rosa envenenó al pobre animalito (¿deberíamos llamar a los defensores de animales en contra de ella?).

Este tema sobre la amnesia llamó la atención del autor cuando él estaba trabajando como Psicólogo, en 1990. Aparte de todo, tales casos fueron parte de sus estudios y sintió que ésta encajaba en la historia. En un caso original, un hombre terminó en Alemania, no sabiendo cómo llegó allá, desde los Estados Unidos.

Si alguien fue un borracho en su vida, éste fue el autor, él era un borracho profesional, ya que los principiantes se enferman pero él nunca se enfermó. Él empezó a beber cuando tenía quince años y se quitó cuando tenía treinta y seis años, a estas fechas, él ha estado sobrio por veinticinco años, y esto él lo ofrece para la Gloria de Dios.

Y para serte franco, el autor ha tenido un buen tiempo escribiendo esta historia, por eso él espera que tú lo disfrutes de igual manera, y por una vez, él escribió puramente para él mismo, para su propio gozo.

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